El fuego tiene algo que nos encandila… el calor, las llamas, su naturaleza juguetona, saltarina, nunca constante.
Si fuéramos todos llamas de fuego… se animarían a pensar, ¿Qué tipo de llama quiero ser yo?, ¿qué tipo de llama soy en mi día a día?
Comparto con ustedes una hermosa y breve historia.
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta contó.
Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso –reveló-. Un montón de gente. Un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fueguitos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
Eduardo Galeano, El Libro de los Abrazos
(Fuente: Coaching, el Arte de Soplar Brasas. Leonardo Wolk)
Me atrevo a imaginar que todos los fuegos son importantes y necesarios. Pero de poder elegir, y sé que puedo, quiero elegir siempre ser de aquellos que alumbran y encienden.
Cuando pienso en las personas que más me han marcado, son aquellas que tienen la capacidad de encender algo bueno en los demás; aquellas que alegran, que energizan, que comparten generosamente.
Invito a quienes quieran, a ser un fuego que ilumina y enciende. Propongámonos serlo para al menos una persona de nuestro entorno (en casa, en el trabajo, con los amigos, o con algún desconocido…) y durante una semana por lo pronto (¡los cambios más grande se inician con pasos pequeños!)
¿Qué cosa concreta puedo hacer - o dejar de hacer - para en esta semana convertirme en el fuego que elijo ser?
¿Con qué me comprometo?, ¿cómo sabré que logré ser el fuego que deseo llegar a ser?
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