Hoy venimos de celebrar (al menos por estos lares) el Día del Padre, y para mí la figura de un padre, y de una madre, me remiten al amor incondicional por excelencia. Ese amor con el que los hijos podemos siempre contar y al que siempre podemos volver.
Y a pesar de que en muchas ocasiones se apela al instinto para ilustrar ese tipo de amor, especialmente el materno, mi alma –rebelde- se resiste a aceptar que un amor tan maravilloso sea fruto del instinto.
Me uno mucho más a la definición que propone mi gran amigo Javier Martínez de Marigorta (luz y energía maravillosa para todas las personas que tenemos la suerte de conocerlo):
“¿Qué es el amor? Amor es amar y amar es un verbo, y como tal implica acción, movimiento, por ende voluntad.”
Comparto así que para sentir amor, hemos primero de actuar amorosamente. Los padres hacia los hijos (despertando al amanecer primero para alimentar a su bebe y luego para recoger a los hijos adolescentes por ejemplo); los hijos hacia los padres (expresando gratitud al celebrar y tener detalles en el Día del Padre, de la Madre, o mejor aún, en cualquier día sin ningún motivo especial más que demostrar con una acción nuestro amor).
Y el desafío se vuelve mucho mayor cuando volteamos la mirada hacia las relaciones de pareja, y por qué no, también de amistad. Encontramos igual que el sentimiento es fruto de una acción, de muchas acciones, de conocer (tomaré prestadas las palabras de una persona que asistió a un Taller recientemente): “el lenguaje del amor de nuestra pareja”.
Y termino la reflexión que les propongo para esta semana, con un hermoso diálogo presentado por Stephen R. Covey en su libro Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva:
“En un seminario en el que yo hablaba sobre el concepto de proactividad, un hombre dijo: «Stephen, me gusta lo que dice. Pero las situaciones difieren entre sí. Por ejemplo, mi matrimonio. Estoy realmente preocupado. A mi esposa y a mí ya no nos unen los antiguos sentimientos. Supongo que ya no la amo, y que ella ya no me ama a mí. ¿Qué puedo hacer?».
— ¿Ya no sienten nada uno por el otro? —pregunté.
—Así es. Y tenemos tres hijos, que realmente nos preocupan. ¿Usted qué sugiere?
—Ámela —le contesté.
—Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre nosotros.
—Ámela.
—No me entiende. El amor ha desaparecido.
—Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa es una buena razón para amarla.
—Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama?
—Amar, querido amigo, es un verbo. El amor —el sentimiento— es el fruto de amar, el verbo. De modo que ámela. Sírvala. Sacrifíquese por ella. Escúchela. Comparta sus sentimientos. Apréciela. Apóyela. ¿Está dispuesto a hacerlo?”
Me quedo con la pregunta final que plantea Covey, ¿estoy dispuesta a hacerlo?, para amar a mi pareja, a mis padres, a mis amigos… Si la respuesta es sí entonces será de mucho provecho que comience a definir y ejecutar acciones concretas (actos amorosos) para que el sentimiento se mantenga vivo, se haga acción. Hagamos del amar un acto de la voluntad.
Me hace pensar en una de las historias de "Paris, je t'aime".
ResponderEliminarNo recuerdo en este momento la película pero la buscaré!
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