Ir al contenido principal

Atropellador o Atropellado ¿?


Siempre me he visto a mi misma como una persona “considerada”, capaz de darme cuenta de las necesidades de las otras personas y no interesada en buscar (al menos deliberadamente) ocasionar un daño a otra persona. Y resulta que ahora, a raíz de un suceso reciente y de la forma cómo me permito mirarlo, me cuestiono si realmente será tan cierto esta creencia/percepción mía de ser una persona “considerada”. Les cuento…
Me encontraba ingresando con mi coche a una empresa e iba manejando despacio. No tenía apuro y además me era bastante obvio que dentro de un recinto así debía manejar especialmente despacio, sumado a que ya desde hace más de año me he convertido en una conductora pacifista que se niega a engrosar la fila de los hombres/mujeres que se convierten automáticamente en salvajes una vez que se ven a sí mismos dentro de la jungla del tráfico del día a día.
Así, venía manejando y observando justamente un grupo de personas que iban a mi derecha y entre ellas un señor que caminaba muy cerca de mi auto por la pista y en un momento el señor gira a su izquierda para cruzar y mi reflejo, en vez de parar, fue seguir (salió a flote la conducta refleja automática adquirida por años de manejar en una jungla). Ni por asomo lo toqué ni el señor roso tan solo mi auto, pero sí le corté el paso. En el momento no lo noté pero una vez que pase sentí una mirada que atravesaba mi espejo retrovisor y me taladraba desde la parte trasera de mi auto: se trataba del señor a quien yo no había dejado pasar y me miraba con profunda expresión de: enojo, incredulidad, crítica, decepción, molestia, etc.
No me hizo feliz sentir su mirada, pero tampoco consideraba haber hecho nada malo, tenía una explicación racional para mi conducta refleja de seguir y para su supuesta improducencia de caminar por la pista. Seguí manejando, lento cómo lo había estado haciendo. Al momento de estacionarme (como había llegado temprano y seguía sin tener ningún apuro), me quedé en mi coche mientras arreglaba algunos papeles y pude notar –otra vez la mirada perforándome por el espejo retrovisor– que el señor se había acercado hacía donde yo me encontraba, asumí con la intención de conocer a dónde me dirigía o en donde me estacionaba. Me quedó claro entonces que realmente había sido una experiencia sumamente negativa para él. Y a la vez seguí creyendo que al no haber hecho yo nada “malo”, mucho no podía hacer. Incluso llegué a pensar que seguro había tenido una mala mañana (la racionalización/justificación parecer ser una arma maestra para las personas que nos consideramos "consideradas").
Ingresé luego al edificio y estando adentro salí de la sala donde me encontraba para dirigirme a otra área para lo cual tenía que pasar por un corredor con vidrio desde donde podía observar mi coche: y ahí estaba, el mismo señor, papel en mano mirando mi auto, entendí, apuntando la placa de mi coche, asumí, para realizar alguna queja formal o algo por el estilo. Entendí entonces que más allá de lo que yo sentía, creía, pensaba, que había sucedido, realmente el señor se había sentido profundamente afectado. Salí a darle el encuentro.
Me acerqué, él no me reconoció, me presenté, le sonreí y le alcancé la mano. Confieso que no me resultó sencillo, había una mezcla de temor y cierta incomodidad en mí, dado que mi parte racional seguía creyendo que no había ocurrido nada malo. Solo que ahora, ya me era totalmente evidente que para la otra persona no había sido así. Le dije al señor que creía era él la persona con la que había tenido desde mi auto un impase al ingreso, tras su sorpresa (ya no me dirigió la mirada penetrante que me perforó momentos antes, ya nos habíamos dado la mano y sonreído lo cual fue obviamente positivo) me dijo directamente: “ah tú eres la que me ha querido atropellar”. Se imaginarán mi sorpresa.
Yo no había querido “atropellar” a nadie, me considero a mi misma una persona considerada (así sea terriblemente redundante la expresión). Pero no ganaba nada con molestarme, le compartí sí al señor que yo no había querido atropellarlo pero que sí me disculpaba por no haber parado para que él cruzara.  Luego de repetirme varias veces más que casi lo había atropellado y yo de repetirle mis disculpas y asegurarle que tendría más cuidado, nos despedimos. Fue bueno salir a su encuentro, creo que de no haberlo hecho yo me hubiera quedado con la nuca traspasada por su mirada de molestia y él definitivamente se hubiera quedado con la idea de que una persona bastante “desconsiderada” lo había querido atropellar. Creo que se fue al menos con la idea de que una persona bastante “desconsiderada” lo había “casi” atropellado “sin querer”.
¿Tenía él la razón, la tenía yo? Trato de imaginar cómo sería esta misma historia contada por aquel que se sintió atropellado. Sería definitivamente distinta. Y lo más increíble es que seguramente ambos contaríamos la verdad, nuestra verdad, desde nuestro lugar, desde nuestros zapatos.
Qué bueno sería que siempre tuviéramos la oportunidad de ver así tan transparente cómo me ocurrió a mí, de qué manera podemos impactar en otra persona aún sin haberlo querido. La anécdota al final me deja una lección enorme. Me pregunto ahora cuántas veces que me he sentido atropellada, no habré sido vista también como un atropellador.
¿Imaginan lo útil que nos resultaría si en cada ocasión que tenemos un impase, una pelea, discusión, altercado con otra persona (amigo, pareja, jefe, compañero, vecino, desconocido), nos detuviéramos un momento a pensar qué parte de mi conducta puede haber sido vivida por la otra parte como un atropello? Calza nuevamente aquí la visualización que ya antes he compartido aquí para no usar con ligereza la expresión “ponerse en los zapatos de otro” (quitarnos mentalmente nuestros zapatos y meternos mentalmente pero con todas las representaciones sensoriales en los zapatos de la otra persona, sean tacones, ojotas, zapatillas sucias, talla más chica, talla más grande, etc). ¿Es tan fácil?, ¿resulta cómodo y agradable caminar?, ¿veo las cosas igual? 
Mi invitación para esta semana es a estar atentos. La vida es generosa como siempre nos decía mi querida Hermínia. Nos da más de una oportunidad de descubrir oportunidades de mejora, aprendizajes, experiencias. Sólo si estamos atentos podemos aprovecharlas. ¿En qué momentos siento que me atropellan?, ¿será que yo estoy a su vez atropellando a algo, a alguien?
Hoy me ilusiona más ser una persona intersada en darme cuenta, en estar atenta, que creerme "considerada".
Y en clave de Coaching: ¿qué estoy dispuesto a hacer para estar más atento y descubrir en mi día a día cuándo asumo un rol de atropellador y qué impacto causo a mi alrededor?, ¿qué haré diferente a partir de hoy?

Comentarios

  1. Es que cuando uno maneja se convierte en otra cosa. Como Tribilín te transformas de un apacible personaje en un demonio al volate.

    Cuando manejamos no queremos perder. Y es que todo nos parece una competencia. Si nos ponen la luz direccional para cambio de carril no tenemos mejor respuesta que acelerar para que no nos ganen. Si estamos llegando a un una intersección y vemos que alguien quiere cruzar, de ninguna manera frenamos para dar el paso. ¡Aceleramos!

    Y, claro, cuando una persona, buenamente quiere cruzar la pista, no lo dejamos. Y es que 'no queremos perder'. ¿Cómo es eso de tener que darle paso a alguien inferior a nosotros? (inferior porque estamos en auto y ellos a pie).

    Entonces, instintivamente, sin pensarlo ni planearlo, simplemente les metemos el carro. Y es porque estamos así formateados. Así nos han educado, así hemos aprendido, así somos.

    Y sí es posible ser diferente. Mientras nosotros peleamos por un sitio para estacionar lo más cerca posible al trabajo, en Suecia (por ejemplo), cuadran más lejos para darle oportunidad a los que están retrasados de llegar temprano ... ¿¿??

    El reto, entonces, no es aprendernos la reglas de tránsito, ni deducir racionalmente qué está bien o qué está mal. El reto es lograr ver la vida desde una perspectiva totalmente distinta. Estamos hablando de cambiar nuestros propios paradigmas, de revisar nuestros valores y creencias y actuar en consecuencia.

    Al final, con un poco de práctica, nuestros actos reflejos serán también distintos.

    Saludos
    Fernando

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Te invito a no tener ninguna resolución ni meta para el 2024

  ¿ Y si para este 2024 abandonamos las  famosas  resoluciones de   nuevo año  y las ansiadas metas para el año que inicia?   ¿ Qué tal si nos atrevemos a cambiar esas grandes  apuestas y buenas intenciones  por compromisos  concretos,  acciones  pequeñas, rutinas sencillas y asequibles  y nos animamos a  ejecutarlas con disciplina y amorosa consistencia?     James Clear, autor de #AtomicHabits es contundente al evidenciar (en base a la investigación y la práctica) que las metas no son las que mueve la aguja de nuestras vidas y de nuestros resultados; sino más bien la consistencia con que ejecutamos aquellas acciones concretas, cotidianas que se insertan y constituyen el ADN de nuestro día a día.    Te invito entonces, y me autoinvito, a practicar una apuesta humilde e inteligente: abandonar las resoluciones y las metas. Y definir una acción pequeña, concreta, que se alinee con algo importante y valioso para uno. Y ser osados en su ejecución consistente.    “Never miss twice” (nunca fa

El Buitre, el Murciélago y la Abeja

Esta semana recibí gracias a dos generosos envíos (Lucero y Ale) tres interesantes historias que dicen así: El Buitre Si pones un buitr e en un cajón que mida 2 metros x 2 metros y que esté completamente abierto por la parte superior, el ave, a pesar de su habilidad para volar, será un prisionero absoluto.  La razón es que el buitre siempre empieza su vuelo desde el suelo con una carrera de 3 a 4 metros.  Sin espacio para correr, como es su hábito, ni siquiera intentará volar sino que quedará prisionero de por vida en una pequeña cárcel sin techo . El Murciélago El murciélago vuela por todos lados durante la noche. Una criatura sumamente hábil en el aire, pero no puede elevarse desde un lugar a nivel del suelo. Si se le coloca en el suelo en un lugar plano, todo lo que puede hacer es arrastrase indefenso y, sin duda, dolorosamente, hasta alcanzar un sitio ligeramente elevado del cual se pueda lanzar hacia el aire. Entonces, inmediatamente despega . La Abeja La abeja,

“Usé todo lo que me diste”

Cuando me presente ante Dios al final de mi vida, espero no tener ya ni un ápice de talento  y poder decir: “Usé todo lo que me diste”.   Esta frase la tengo en un lugar especial de mi oficina, muy cerca de mi escritorio de trabajo. Refleja un pensamiento, una emoción, una convicción que anhelo tener presente en mi día a día…   Hace un par de semanas recibí la noticia de que un tío muy querido finalmente descansaba, ya estaba delicado y habían sido muy duras sus últimas semanas… me dio pena, pero fue una pena calma pues me reconfortaba saberlo en paz, descansando, habiendo partido rodeado del amor y cuidado de su familia… además había tenido la suerte (y decisión) de visitarlo un par de meses atrás y poder pasar una tarde feliz con él, compartiendo, riendo, despidiéndonos aún sin que lo dijéramos…    Además, al pensar en su vida pensaba en una vida plena, vivida siempre con amor, con generosidad, con la fortuna de envejecer junto a su esposa querida, ver nacer y crecer a sus nietos… ha