Tuve la suerte de trabajar un proceso de Coaching con una persona que me enseñó mucho durante el proceso (en realidad, cada uno de las personas con las que he tenido la suerte de trabajar me han dejado lecciones sumamente valiosas; esa es justamente una de las cosas que más disfruto del enfoque del Coaching, el enorme potencial que te permite ver/destapar/co-descubrir en las personas). Y hoy recordaba de manera especial una hermosa analogía que “Lucia” (me provoca aquí utilizar para esta persona en especial el nombre de Lucia) solía plantearse a sí misma como un recordatorio al momento de iniciar el día, cuando subía al auto. Primera acción: limpiar el parabrisas.
Cierto es que Lima no es una ciudad que se caracterice por la lluvia (aquí creemos que llueve a mares cuando unas gotitas furiosas e incisivas arremeten contra nosotros mojando apenas la punta de nuestro cabello); y ella lo hacía como una forma de recordar que quería mirar desde su interior sin velos en los ojos, despejar los paradigmas que en ocasiones asaltaban o mejor dicho nublaban su visión (creencias, expectativas ajenas, comparaciones, etc.) Lucia había descubierto que cuando estaba más conectada con lo que ella en realidad quería, sentía, pensaba, su día, sus días eran mucho más plenos y dichosos. Y era así como quería vivir, plena y dichosa.
Hoy recuerdo esta analogía justamente porque me descubría a mi misma con la visión empañada, menos conectada a las cosas que más valoro, las que más dicha me brindan; y gracias a Lucia recordé que siempre es bueno parar y limpiar mi parabrisas. A veces el día a día nos come y no nos detenemos ni a lavar el auto (puede que ni auto tengamos pero todos somos los conductores de nuestra propia vida). Y ocurre también que si sólo lavamos el carro a las volandas y sin profundidad (mi papá siempre me dice que bien vale la pena echarle también cera porque eso protegerá la pintura y evitará que ensucie rápidamente otra vez), luego nos resulte más difícil limpiarlo. Nuestra visibilidad por ende estará cada vez más disminuida.
La diferencia entre nuestro parabrisas interior y los parabrisas exteriores es que estos últimos se lavan de manera estándar y resulta más o menos sencillo hacerlo. Pero, ¿cómo desempolvo, limpio, aclaro mi parabrisas interior? Creo que no existe una única receta, por el simple hecho de que cada uno de nosotros es único. Diferentes partículas pueden nublar nuestra visión: miedos, prejuicios, asunciones, autoengaños, comparaciones, regodeos del pasado, etc. No tengo por ende una receta, pero gracias a Lucia me animo a pensar en dos pasos básicos para comenzar a ver nuevamente con mayor claridad.
Primero, parar. Esto implica preguntarnos, cuestionar, ¿algo está nublando mi capacidad de ver con claridad lo que ocurre a mi alrededor?, ¿aquello que en verdad quiero? ¿estoy dejando mi felicidad, mi tranquilidad, en manos externas?, ¿tengo la atención y la energía puesta más en el exterior que en mi propio interior? Quizás “parar” sea una de las destrezas que más he mencionado en estas entregas (seguramente porque es una de las que a mí misma más me desafía); y sigo creyendo que resulta crítica para vivir de manera más consciente, plena. Dentro de mi proceso de formación como coach, supervisando un caso, pude descubrir algo que hoy me viene a bien recordar: parar era algo que sí lograba hacer, pero paraba para la otra persona, y no paraba para mí. Solía esperar con paciente cariño a que la otra persona encontrara su propia respuesta, pero no me permitía darme el mismo cariño para parar y encontrar en mí la pregunta adecuada.
Y lo segundo, reconocer. ¿Qué tipo de suciedad es la que empaña mi parabrisas? Observar lo que estoy pensando, lo que estoy sintiendo, buscar ponerle un nombre, identificarlo, es temor, es rabia, (el temor suele disfrazarse de rabia hacia el exterior)… no suele resultar fácil empezar a reconocer lo que sentimos, lo que pensamos pero somos los únicos expertos en nosotros mismos. No hay taller al que podamos ir para que nos afinen sin que nosotros primero pasemos por el ejercicio de reconocer para luego comenzar recién a limpiar.
Propongo así que nos aventuremos a activar nuestro limpiaparabrisas interior. Saquemos del closet esos miedos, mezquindades, creencias que nos limitan. Cuestionémonos, limpiemos nuestro parabrisas. Nuestra vida es una autopista a momentos, camino rural a otros, calle empedrada y puede que también vía auxiliar en ocasiones. En todos los casos necesitamos de un parabrisas claro, que deje pasar la luz, que nos deje mirar al exterior con claridad y en primera persona.
Así en clave de Coaching:
¿Cómo puedo usar mis dones (fortalezas, habilidades) para limpiar cada día mi parabrisas?
¿Cómo sabré que estoy teniendo éxito en esta empresa?, ¿cómo me sentiré?
¡Buena semana!
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