¿Lo tengo yo, o él me tiene a mi?, he ahí el dilema… Confieso que el tema de esta entrega lo he tenido en la cabeza hace ya un buen tiempo pero seguramente la dejaba en la trastienda ya que ponerlo por escrito aquí implica retarme a asumir un compromiso de cambio y sé cuánto me cuesta. Por eso, me inclino más a la segunda alternativa, al parecer, con el dolor de mi corazón, he de reconocer que yo no tengo un IPhone, sino más bien, él me tiene a mí.
Y no están nada lejanos los días en que yo misma invitaba a la reflexión a diferentes ejecutivos en sesiones de trabajo (sobre temas de inteligencia emocional principalmente) sobre lo nocivo que resultaba para las relaciones el vivir pegados a un celular, en ese caso mayormente la famosa Blackberry. Y ahora cual vaquita que no se acuerda cuando fue ternero, yo misma me descubro sacando de la cartera mi querido celular para seguramente revisar si el mundo sigue en pie incluso en la mitad de un almuerzo familiar, o en una reunión. Y me pregunto, ¿es eso lo que quiero? ¿Quiero ser presa de un celular en vez de yo decidir cuándo, cómo y en qué condiciones quiero utilizarlo?
Y como ya empecé con las confesiones he de compartirles también que mi querido celular ha sido robado ya en dos ocasiones y en ambas sentí que me quedaba casi sin conexión a la vida, pues ya no podía meter la mano a la cartera para confirmar que el mundo seguía girando sobre su eje y alrededor del sol. Con el segundo robo fue que este cuestionarme llegó por primera vez a mi mente. Más allá de que los IPhone sean piezas altamente deseables por manos nada santas, no es tan común que te roben dos celulares sin tanto tiempo de por medio. Algo me estaba queriendo decir la vida. Y yo no quería oírla. Con esto no defiendo ni por asomo a los que hurtaron mi celular, simplemente reconozco que viví ambas situaciones porque algo podía aprender.
Era yo la que había comprado el IPhone y había comenzado a disfrutar de todo el mundo de posibilidades que ofrecía y en ese camino de disfrute los límites se fueron desdibujando. Luego comencé a vivir cómo si ese aparato fuera realmente mi única conexión con la realidad. Y justamente esa supuesta “conexión” en muchas ocasiones me “desconecta” de mi verdadera realidad, de mi entorno, del aquí y el ahora. No pretendo con este cuestionarme proponer el abandono de la tecnología, simplemente quiero retornar al orden natural para mí en el que yo soy dueña del uso que hago de mi celular y mi celular no es dueño de mi misma.
Buda tiene una frase preciosa que bien puede aplicar a este dilema: “Lo que más me sorprende de la humanidad son los hombres que pierden la salud para juntar dinero y luego pierden el dinero para recuperar la salud”. Por estar “conectada” cada vez más al mundo, no estaré disminuyendo mi capacidad de estar conectada primero conmigo, con mí aquí y ahora, con mi entorno inmediato, con las personas de carne y hueso que me rodean…
Una amiga me contaba hace no mucho de una reunión en la que estando varios amigos en un bar y en algún momento algún@ hizo un post en el Facebook y todos los que estaban allí comenzaron a comentarlo desde sus propios celulares y ella reía de esta ironía máxima. Se habían juntado allí para compartir y lo que en un momento terminaron haciendo fue estar en silencio todos tecleando en sus celulares y comentando los comentarios del otro sin hablar… No creo que sea ni bueno ni malo, en todo caso, quiero simplemente estar atenta a no caer en esta tentación de solo relacionarme a través del celular porque me gustan las personas, me gusta ver los rostros, leer los movimientos del cuerpo, sentir la vibra que todos emitimos y un largo etcétera.
La invitación, al menos para mí y para todos aquellos que se hayan sentido en algo identificados con este dilema, es a que nos atrevamos a poner límites. Decidir.
¿Cómo y cuándo quiero hacer uso de mi maravilloso celular?
¿De qué manera me mantendré atenta al asalto del hábito, de la costumbre?, ¿qué haré para ayudarme?, ¿a quién pediré apoyo?
¡Desde ya éxitos a todos en nuestra reconquista de la libertad!
Por eso no quiero un smart phone!! nunca lo he tenido y no lo quiero tener (al menos por ahora).
ResponderEliminarBesos Andre!
Lo peor de todo es que también sucede con teléfonos 'llanos'..
ResponderEliminarSe está perdiendo el contacto humano! ¿Dónde quedaron esas cartas de amor (o no) escritas a mano y esperadas con deseo delante del buzón? Los carteros han perdido inspiración... :)
Besazo, guapa!