Si bien llevo viviendo en Lima casi 10 años, interrumpidos ligeramente por un hermoso periodo en Barcelona, y en todo ese tiempo Lima no se ha movido de sitio, es relativamente reciente mi ser consciente de lo inmensamente afortunada que soy de vivir en una ciudad frente al mar. No me canso de maravillarme de poder, cada vez que puedo, pasar frente al mar. Quizás esté viviendo lo que a muchos ocurre cuando buscan un tesoro durante largo tiempo y resulta que el tesoro estaba justamente debajo de su nariz (así cual ocurre con las gafas). Y como muchos de los que viven en una ciudad costera he fantaseado también con el famoso “cuando tenga dinero/cuando sea rica… viviré frente al mar”. Y resultó hace poco que descubrí un inmenso placer en justamente lo opuesto: en no vivir frente al mar.
Había sido un domingo especial, primera aventura culinaria mediamente compleja en nuestra reciente estrenada casita (departamento en realidad, pero tiene sabor a casita), y todo había sido y salido tan rico que me provocó caminar hacia el mar y así lo propuse. JP, que amorosamente suele secundar mis locuras, aceptó la propuesta. Tomamos nuestras copas, nuestra botella de vino rosé bien heladito, y nos enrumbamos al malecón. Mientras caminábamos mi boca pronunció unas palabras que luego se me quedarían retumbando en la cabeza: “lo bueno de no vivir frente al mar, es que podemos caminar hacia él”. Literalmente así lo sentí. Quizás si “fuera rica” y tuviera un departamento frente al mar me podría olvidar del placer de salir a su encuentro, quizás el paisaje se me haría tan usual que olvidaría levantar las ventanas. Y agradecí el privilegio de poder caminar hacia el mar.
Y me asalta aquí una hermosa palabra que Elizabeth Gilbert autora del best seller convertido luego en película “Eat, Pray, Love: One Woman's Search for Everything Across Italy, India e Indonesia” (Comer, Rezar, Amar) de la cual ella se enamora en su travesía por Italia: “attraversiamo”, que podría traducirse como “cruzar la calle”, cruzar hacia la otra vereda, atravesar de un lado a otro… En el libro, Elizabeth relata cómo se maravilla al descubrir esta hermosa palabra en italiano, definitivamente más hermosa que el siempre directo inglés: “let’s cross over”. Y así me maravillé yo cuando descubrí el enorme regalo de poder cruzar hacia el mar. Caminar a su encuentro y no simplemente tenerlo ya al alcance de mi mano por defecto.
Me pregunto por todas aquellas cosas que a veces añoramos recibir y olvidamos el gran placer que significa salir a su encuentro. Me gusta attraversiamo también porque la siento una palabra empoderada, activa. Es la imagen opuesta a mi querido Miguelito de Mafalda que espera sentado a que la vida le de algo. Aquí se trata de salir a buscar, de movernos, de dejar que la emoción (e-movere) nos asalte y salir al encuentro. E implica también permanecer abiertos a lo que podamos encontrar al otro lado del camino. Decidir movernos, decidir salir a buscar, no significa que tengamos el destino garantizado, pero si al menos la aventura del recorrido es nuestra. Y me encanta.
Y esa es mi propuesta para esta semana. Que nos atrevamos a atravesar el umbral que nos separa de aquello que queremos. De aquello que disfrutamos, de aquellos a quienes amamos. ¿Nos atrevemos?, antes aún, ¿estoy dispuesto?
Para todos a quienes esta pregunta nos apela y nos mueve positivamente:
¿Qué me sugiere esta entrega?
¿De qué manera quiero aplicarlo a mi vida diaria?
¿Cuáles serán las consecuencias de incorporar la palabra “attraversiamo” en mí día a día?
Ci vediamo presto!
Alentador como siempre!
ResponderEliminarMe encanta!
ResponderEliminarA veces el miedo nos paraliza para dar un paso o la comodidad y la rutina nos impiden hacer algo más de lo imprescindible y necesario.
ResponderEliminarVica