Esta semana tuve la oportunidad de asistir a una ceremonia de graduación muy especial, un grupo de jóvenes de escasos recursos que no tuvieron la oportunidad/recursos de acceder a estudios superiores pero que tenían todos la firme determinación de salir adelante se graduaba de un programa de capacitación laboral juvenil, una empresa les había dado la oportunidad de brindarles trabajo y capacitación a pesar de no tener experiencia previa. Al graduarse le estaban diciendo al mundo, a sus familias, a ellos mismos, “si podemos”. Agradezco enorme a Ricardo que me extendiera la invitación para acompañarlos, igualmente fue un desafío estar ahí, lo urgente siempre nos quiere comer frente a lo importante, esta vez gané la batalla. Valoré lo urgente, puse algunas cosas en espera (nadie moriría si lo hacía) y me di un espacio para lo importante (para mí lo era, pues admiro y reconozco muchísimo el trabajo que están haciendo con ese programa).
Casi al finalizar la ceremonia invitaron al primera puesto de la promoción a dar unas palabras. Se levantó una chica muy sonriente que camino con firmeza al estrado, dejando ver igualmente que la emoción le estaba acelerando el corazón. Pensé por un momento que leería algunas palabras con una voz suave, quizás incluso entrecortada, pero comenzó cogió el micro y sin mirar el papel que traía en la mano (con evidencia clara de que había sido doblado y desdoblado unas n veces por los nervios) anunció que quería citar a cierto autor y dijo así: “siento algo en el estómago, será un malestar o será quizás gratitud” y continuó afirmando mientras todos sonreían, “en mi caso es ciertamente gratitud”. Y nos regaló un hermoso discurso, les habló a sus compañeros, habló a los directivos de la empresa, le habló incluso a un directivo de otra compañía que estaba allí de invitado y lo animó a que abriera un programa igual en su empresa para que más jóvenes como ella se pudieran beneficiar. Se llevó como se imaginaran las palmas de todos. Yo estaba obviamente con piel de gallina total y los ojos todos llenos de agüita (llámense con propiedad lágrimas tímidas que no se atreven a terminar de salir).
Y no pude evitar recordar mientras estaba allí el discurso de Steve Jobs en Stanford (aquí el link para aquellos que aún no lo vieron: http://www.youtube.com/watch?v=6zlHAiddNUY ), quizás se pregunten cómo puedo osar hacer tamaña comparación, pero sí, esa fue la comparación que hizo mi cabeza, mi corazón, de manera sumamente natural. Al escuchar a Steve Jobs al hablar del presente y del futuro me emociona igual, y estoy segura que ambos al pararse en el estrado allí sintieron una emoción enorme, porque al final, todos somos seres de carne y hueso. Sea en Stanford, sea en Lima-Perú, sea en un pueblito olvidado del desierto africano. Y una tercera figura vino a mi mente, la madre de Rafa Nadal; en la autobiografía de Rafa escrita junto a John Carlin (autor de “El Factor Humano”, libro sobre el que se basa la película “Invictus” http://www.youtube.com/watch?v=kz9Bk2mBleI) Carlin entrevista a la varios familiares y amigos de Rafa, luego de que Rafa conquistara diferentes Grand Slam le pregunta a la mamá de Rafa qué se siente ver a su hijo ganar Wimbledon, a lo que ella responde que se siente una felicidad increíble, tan igual como cuando lloró de emoción en la graduación de su segunda hija, hermana menor de Rafa. Y es que al final, para una mamá es así, la felicidad está en ver a sus hijos ser felices con lo que hacen y lo que logran, pero más aún con lo que son.
Y seguramente nos ha pasado a todos, en algún sentido, todos hemos dado un discurso en Stanford, todos hemos ganado Wimbledon (en nuestro contexto, en nuestra propias batallas privadas) y uno siente una emoción que lo desborda. Nos sentimos, si nos lo permitimos, reyes, reinas de nuestro propio reino. Qué importante dejarnos embargar por esa emoción de nuestra pequeñas grandes victorias. Qué importante también permitirnos reconocer y festejar las pequeñas grandes victorias de nuestros hijos, padres, parejas, amigos. Soy totalmente consciente de que los logros mundiales y los personajes globales tienen un mérito enorme y muchísimo trabajo duro detrás, pero también estoy convencida que todos en nuestro día a día alcanzamos y vivimos cosas maravillosas y podemos (para mí incluso debemos) emocionarnos, festejar, declararnos reyes y reinas así todavía mañana vengan mil desafíos más aún por conquistar. La invitación en esta entrega es que nos permitamos parar a celebrar esas pequeñas grandes victorias, nuestras pequeñas grandes conquistas.
Una botellita de espumante en la refri siempre a punto lista para destapar, a falta de espumante buena es un jugo e incluso el agua, siempre que nos permitamos ese “chin-chin” de celebración. Gracias Kapitán Ketchup (http://www.kapitanketchup.com/esp/inicio.html ) por tu inspiradora creatividad y por la invitación a declararnos reyes y reinas de nuestro propio reino.
Y para cerrar esta entrega nos dejo a todos el bello poema de William Ernest Henley (1849- 1903) que acompañó a Mandela durante su largo encierro:
Invictus
En medio de la noche que me cubre,
Negra como un abismo de polo a polo.
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de las circunstancias
No me he lamentado ni he llorado
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se doblega.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Se acerca inminente el Horror de la sobra,
Y aun así la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.
Y en clave de Coaching,
¿Cómo y con quién quiero celebrarlas?
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