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Santorín



Años atrás, casi casi en tiempos remotos (se siente así al menos) tuve ocasión de vivir un poco nómadamente. En poco tiempo (creo que 3 años) cambie como 4 veces de domicilio, más por necesidad que por deseo. Hoy reconozco que esas épocas me ayudaron a hoy valorar mucho más aún tantas cosas, igualmente fueron épocas un tanto difíciles. Hoy recordaba especialmente algo que me caracterizó en esa época, me resistía a sentir mío el espacio donde vivía (obviamente porque en primer lugar no lo era) y especialmente porque me costaba mucho arraigar y sentir que luego tenía que partir nuevamente (así fuera a otro distrito).

Recuerdo en especial el tiempo que compartimos departamento con mi hermano, gracias a su generosidad pues me subvencionaba ya que yo no podía aún pagar a mitades un alquiler completo. En ese depa en Surco mi cuarto era chiquito y tenía una pared de drywall (en el plano original era una salita de star y para independizarlo como dormitorio habían colocado una pared de drywall para que nos pudiéramos mudar). Esta pared no estaba pintada, y la idea es que ya yo me pudiera encargar de pintarla. Lo cual  nunca hice. Alguien por allí me prestó una camita, alguien más un escritorio y una silla y con eso ya me daba yo por bien servida. Como mesa de noche se me ocurrió la brillante idea de utilizar una de las cajas que había usado para mudarme y la forré con una bella bolsa de plástico negra (más precisamente una bolsa de basura negra de esas grandes). Y no contenta con una de esas mesitas “artesanales” usé otra caja y la forré de la misma forma para poder apoyar alguna que otra cosita. Y ya era feliz. Me era más que suficiente.

En cierto que tenía lo que necesitaba pero había también una parte de mi que pensaba: “bueno, si me tengo que ir nuevamente, no me dará pena dejar mis cajitas forradas con bolsas negras”. Cuando mis papas venían de visita se morían al ver mis cajitas, y me ofrecieron más de una vez comprarme una mesa de noche, pero yo no quería. Literalmente no quería. Estaba en etapa rebelde total, pobres mis papas que tenían que aceptar que su hijita durmiera con su querida bolsa negra al costado. No fue hasta casi quizás un par de años después cuando por fin me animé a comenzar a hacer el espacio en el que vivía un poco mío. Tuve la fortuna de encontrar un depita en San Borja (la casita de la pradera en medio de la ciudad para quienes lo conocieron) y allí me di el permiso de comenzar a poner mi huella en ese lugar. Mi huella incluyó pintar todo el dormitorio (que era muy grande y de paredes altas) de un bello color amarillo gracias a mi queridísima Verito que me regaló un fin de semana completo para darle vuelta a la aventura.  

Luego cuando me fui a estudiar a Barcelona, sabiendo incluso que estaría un año lo primero que hice fue hacer lo más acogedor posible mi dormitorio, era muy importante para mí que ese lugar al que regresaría todos los días me fuera cálido, me recordara cosas buenas (lo llené de fotos), tuviera detalles bonitos (incluso un mueblecito pequeño de Ikea que yo misma armé!!! muy orgullosa yo). Y hoy comparto aquí la imagen de uno de los cuadros que hoy adornan nuestra casita. Nuestro hermoso Santorín, obra del pintor peruano Alberto Lama (albertolama@gmail.com) . Santorín fue un purasangre peruano nacido en 1970, el primer caballo en ganar la “Cuadruple Corona” en el Hipódromo de Monterrico (he de reconocer que nos enamoramos del cuadro sin conocer que la historia detrás del personaje, fue mi papá el que nos ilustró al respecto). Encontramos este hermoso cuadro en la Galería Delbarrio ( http://www.del-barrio.com/  ) donde además de encontrar cosas hermosas, las personas que trabajan allí aman lo que hacen y es un placer visitarlos.

Ahora cuando llego todos los días del trabajo me recibe Santorín con su mirada tierna y es como algo dulce en el corazón. Cada espacio, cada detalle que hoy nos acompaña en nuestra casita tiene una pequeña historia, tiene recuerdos, en general nos hace cálido y sumamente agradable llegar y despertar aquí. Sé que mis tiempos de nómade también me ayudaron a hoy valorar mucho más estos espacios, pero pienso en las veces que nos quedamos atorados en esas etapas de transición y no nos permitimos comenzar a hacer acogedor nuestro entorno. Pienso incluso en las excusas que a veces nos damos para no usar la vajilla linda porque es para ocasiones especiales y resulta que no hay ocasión más especial como el simple hecho de estar vivos. Salir de mi época de nómade no fue solo un aspecto de contexto, sino también y mucho un tema de decisión. El hoy elegir hacer de nuestra casa un lugar sumamente bello y acogedor para nosotros pasa también por una elección, cierto es que comprar cosas requiere dinero, pero requiere mucho más aún imaginación, dedicación, creatividad.

La invitación de esta semana es a que nos preguntemos acerca de cuán acogedora estamos haciendo nuestra vida hoy. ¿Vivo guardando, esperando, para cuando tenga pareja, para cuando sea gerente, para cuando me gane la lotería, para cuando tenga casa propia, para cuando me mude, etc., etc., etc.? ¿Dedico tiempo y energía a hacer acogedor el espacio en el que vivo, trabajo, a cuidar mi propio cuerpo? Puede que existan momentos para tener una caja de cartón envuelta en una bolsa de plástico negra, claro que sí. El detalle es si nos vamos a atrever a un día botar esa cajita negra que nos acompañó un buen tiempo pero que hoy ya no necesitamos ni queremos. ¿Nos vamos a atrever a pintar nuestra pared o por el miedo a perderla seguiré viviendo con el foco quemado?

Y más allá de la decoración exterior siempre nos toca comenzar por la decoración interior, poro el cuidado interior. Y hay una retroalimentación en las dos vías. Al pintar mi cuarto amarillo de alguna manera me estaba diciendo a mi misma tienes el permiso para ser feliz, puedes volver a reír, disfrutar, amar.

La invitación está servida. Y en clave de Coaching:

¿Qué pasos quiero dar para hacer más acogedor mi entorno?

¿De qué me he de deshacer?, ¿qué quiero incorporar?

Comentarios

  1. Es muy cierto lo que dices Andre, todos alguna vez tuvimos una de esas cajitas negras y en ocasiones le tomamos tanto cariño que nos cuesta mucho desprendernos de ellas, ya sea porque nos acompañó y nos sirvió en épocas difíciles quizás y eso hace que sea más difícil el desprendimiento.

    Yo hasta ahora conservo muchas cajitas negras en casa que ha decir verdad me ocupan espacio, espacio que podría utilizarlo mejor y que justamente pensaba en hacerlo en estos días.... y tu mensaje fue clave porque dió en el clavo. jajaja

    Creo q es importante que me deshaga de ciertas cosas que no aportan nada para incorporar nuevas y mejores cosas en mi vida.... voy a intentarlo!

    Cariños,

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