Si me
preguntaran como me veo a mi misma creo que hoy sería capaz de reconocer que
soy una persona, un ser muy de carne, hueso y mucho espíritu, llena de dones,
amores, pasiones y también mis buenos talones de Aquiles. Quizás antes hubiera
caído en una “pseudo” modestia que en ocasiones nos impide ver y por ende
reconocer los muchos dones con los que fuimos bendecidos el mismo día de
nuestro nacimiento, aspectos, características que vinieron con nosotros al
mundo (como un buen par de pulmones capaces de llorar fuerte, fuerte para
reclamar que andábamos a punta de hambre), y muchos dones también que recibimos
de nuestros padres desde chiquitos, de gente significativa, de amigos. Y como
todo don, si no sabemos ponerlo en talento, si es tan sólo un tesoro oculto, no
tiene valor. Los dones para que sean valiosos hay que usarlos, ponerlos al
servicio de los demás, de nosotros mismos. Hoy siento orgullo al saber que cada
día me hago más consciente de dichos dones y busco ponerlos en práctica, en
uso, en ejercicio en mí día a día.
Ahora,
la contracara, es que también el ser más “consciente” me hace ser más crítica
conmigo misma, y reconocer los mil y un “defectos” que también me acompañan
(sabemos bien que al final esos comúnmente llamados defectos son una invitación a saltar, a salir de esa zona y probar nuevas
conductas que a la larga nos harán personas más plenas y felices). Y justamente
uno de mis mayores defectos es mi incapacidad absoluta para pedir ayuda. “Help!
I need somebody”. Y les cuento mi último estrellamiento por esta
nefasta incapacidad: Escenario, cumpleaños de mi maravilloso esposo, día de
semana, agenda intensa de trabajo mía y suya, coordinaciones previas para la
cena de festejo en la familia en la noche, y obviamente mi intención amorosa (y
obsesiva) de que todo saliera perfecto. Para ello al salir del trabajo debía
pasar por 4 sitios para recoger (el sushi), comprar (aperitivos), buscar los
últimos detalles (flores y recipientes especiales), y hubo un quinto al que
simplemente ya no podía lograr colocar en el espacio de 2 horas que tendría
entre mi salida de la oficina y la llegada de los invitados. Acepté así que el
mismo cumpleañero recogiera su propia torta. Lo cual en mi mente obsesiva y
poco dada a pedir ayuda, ya era una especie de derrota porque mi intención
inicial era que él no se preocupara por nada (ay como estos sinuosos defectos
se nos enmascaran tantas veces con aparentes “válidas” intenciones).
Gracias a
mi siempre presente buena estrella logré realizar con éxito todas mis aventuras
y estar lista a la hora que comenzaron a llegar los invitados. Era una reunión
pequeña familiar así que estuvimos disfrutando, compartiendo y todos felices,
hasta que llegó el momento de sacar la torta que estaba en la nevera para
cantar “sapito verde tu yuuuuu” y oh detalle, encontramos que la torta estaba
algo así como descuajeringada por haberse ladeado y corrido una de las capas. Se
me querían caer las lágrimas de la tristeza y frustración. No quería sacar una
torta así, ¿podía no hacerlo?, no. Tenía que salir pero me frustró tanto que la
torta estuviera medio destruida que se me clavo un nudo en la garganta que a
las duras penas pude cantar, obviamente mi maravilloso esposo se dio cuenta y
tenía mucha pena por cómo me había puesto yo por el tonto hecho de tener una
torta nada perfecta, le pedí disculpas luego por mi tonta reacción pero tal
cual cuenta la lección el huequito en la pared ya estaba hecho, uno puede
siempre sacar el clavito pero no borramos el momento ni lo que hacemos sentir a
quienes están a nuestro alrededor.
Sumado a
que terminé destruida ese día porque por mi amorosa (y obsesiva) intención de
encargarme yo de todo, no me senté casi ni medio minuto. Salir de la cama al
día siguiente fue un total suplicio, me había consumido física y mentalmente. La
gran pregunta hoy la veo muy clara, ¿era necesario?, ¿tenía que yo encargarme
de todo?, ¿qué me impidió pedir “ayuda”? ni siquiera auxilio = “help”, tan solo
ayuda, apoyo, a mi suegra, a mis cuñados?... Identifico 2 temas que van muy de
la mano en mi ya muy identifica incapacidad para pedir ayuda. (Sabemos bien que
con solo identificar la incapacidad no llegamos a la solución, tenemos que
enfrentar a las causas de fondo y desde ahí invitarnos al cambio).
Primero:
mi
afán de perfección (léase control). Mi obsesión porque todo salga
perfecto y eso se traduce en una necesidad (muchas veces insana) de control
porque solo teniendo todo “bajo control” tenemos mayores probabilidades de
garantizar que todo salga como lo esperamos. Encuentro allí un primer
pensamiento irracional pues la vida misma es un hecho que no podemos controlar.
Segundo:
mi
fantasía de autosuficiencia. Complejo de mujer maravilla donde me creo
con fuerza ilimitada, recursos ilimitados, tiempo ilimitado y donde en el
extremo podría en fantasía autoabastecerme. Nuevo pensamiento irracional, la
realidad es que ningún ser humano puede existir (al menos en sociedad) sin los
otros y para los otros.
Me aplico
la pregunta maestra de mi querida Hermínia: ¿qué es lo que no estoy aceptando? En
el primer caso no estoy aceptando de corazón que yo no soy perfecta, y me
cuesta aún reconocer que no necesito serla para igualmente ser querida,
valorada, amada. Me la aplico nuevamente para la segunda fantasía, no estoy
aceptando que soy vulnerable, necesitada de ayuda, y que en esa ayuda, apoyo
puede que venga en empaques, en formas que no son los que necesariamente yo
habría escogido, por ende no estoy aceptando de manera amorosa e incondicional
la esencia de los otros que me rodean. Al no aceptarla en mí, es obvio que me
cuesta aceptarla de corazón en los otros.
Al día
siguiente del cumple, además de cansada, estaba triste. Pero fue una tristeza
buena, porque me permitió conectar con estas fantasías y con este dolor de
comenzar a aceptar aquello a lo que me estaba resistiendo. El genial Gerardo
Schmedling siempre nos recuerda: “Aquello que no eres capaz de aceptar, es la
única causa de tu sufrimiento”. Hoy me alegro de que esta anécdota tortesca
ocurriera justamente en un día tan importante y especial para mí. Agradezco
también a mi cuñado que con tan soberbia foto retrató la torta desparramada
para la posterioridad, porque me servirá de ancla, de recordatorio de cómo mis
fantasías, mis no aceptaciones, puedes llevarme a romper o un momento mágico e
impedirme disfrutar de lo verdaderamente valioso y hermoso, del amor, de la
familia, del tiempo juntos, del poder gozar de comprar y comer una torta que
más allá de la estética sabía maravillosa (Capriccio, dulcería nacida en la
tierra blanca de Arequipa que hoy ha conquistado todos los paladares limeños http://www.capriccio.com.pe/ )
Disculparán
si la historia salió más larga de lo habitual, necesitaba justamente terminar
de contarme a mi misma mi propia historia para reforzar el que puedo ahora
reírme de mi misma y lo tonta que fui, y saber que quiero aceptar aquello que
me asusta, que me da miedo, que me hace vulnerable porque es de ahí donde más
feliz he sido, soy y puedo llegar a ser.
La pregunta
en clave de Coaching para que cada uno identifique algún punto que hoy le causa
sufrimiento, y una vez identificado se anime a responder:
¿Qué es lo que no
estoy aceptando?
Comentarios
Publicar un comentario