Este blog recibe visitas de
distintos puntos de nuestro pequeño globo, lo vistan desde Estados Unidos,
Perú, Argentina, México, Colombia, Chile, España, República Dominicana,
Paraguay, Venezuela y Holanda, y ha tenido en su momento también entradas desde Italia
e Israel, esto obviamente me emociona y me desafía también, podría quedarme en
la preocupación de ¿cómo compartir algo que tenga sentido y relevancia para
personas de diferentes rincones?, felizmente, recuerdo que al final todos, más
allá del lugar geográfico donde nos encontremos somos humanos, de carne y
hueso, y aquellas cosas que nos duelen suelen ser más o menos las mismas y así
también, aquello que nos emociona, que nos anima, que nos hace felices, también
suele repetirse más allá del paquete con que vaya envuelto.
Y traigo así a colación un
recuerdo de mi etapa escolar, un muy feliz recuerdo de cuando incursioné en las
tablas del teatro y montamos en quinto de secundaria junto a un grupo de
primeras actrices la obra “Anita la huerfanita” o “Annie”
en su nombre original, con la cual ganamos incluso la edición de Juegos
Florares de ese año. Más allá del premio, fue una experiencia maravillosa, nos
divertimos muchísimo y modestia aparte, encuentro que realmente nos quedó genial.
Me tocó representar en esa
ocasión a la malvada “Miss Hannigan”, directora del
orfanato en que vivía Annie, además de alcohólica, era avariciosa y malvada. Espero
no haber sido elegida por directas características personales sino más bien por
mis dotes actorales!, más allá de eso fue un papel que disfruté y al que le
saqué mucho jugo para divertirme.
Tuvo tanto impacto esa obra, que
ese verano, mientras disfrutaba de un riquísimo descanso luego de finalizar el
colegio en mi queridísimo Albatros, a una de mis tías (que había sido testigo
presencial del éxito que tuvimos en la presentación de “Annie”) se le ocurrió
que podía montar la misma obra con los niños de la playa y así involucrarlos en
una actividad divertida. Siempre he sido (y soy) de entusiasmarme con ideas,
proyectos, ya otros veranos habíamos preparado a los niños para que cantaran a
la Virgen, así que me involucré de lleno en la aventura del teatro. La idea
tuvo acogida, más de la esperada, y el primer gran desafío fue poner algunos
límites, no podíamos tener a 50 niños en escena así que apelé al criterio de
edad, lo cual dejó a los más chiquititines fuera , fue muy duro. Luego salió el
espíritu comercial de los niños, querían cobrar por la obra que presentaríamos
en determinada fecha, yo no estaba de acuerdo, y por otro lado también era
válida su iniciativa, así que tranzamos, cobraríamos pero en especies y para
realizar una donación a un poblado que había sufrido por inundaciones ese
verano. Así estábamos todos contentos.
Y llegó un reto aún mayor, desde el momento
en que me embarqué en la aventura, yo tenía clarísimo que yo haría el papel de “Miss
Hannigan”, la directora malvada, me había encariñado tanto con el papel
y me salía tan bien (al menos según yo!), y no sólo eso, Miss Hannigan tenía un rol
bastante protagónico en la obra, haciendo yo el papel me aseguraba de ejercer
justamente “control” sobre este mar de pequeñuelos que serían el resto de
primeros actores y actrices. Resultó que había una niña del grupo, más grande
que el resto que por su tamaño ya no encajaba en el reparto de las huerfanitas y
tenía cualidades y quería ser Miss Hannigan, me costó enorme, enorme, pero
solté, solté mi querido papel. Fueron sesiones de ensayo súper arduas, tuvimos
que apelar a la creatividad criolla para remplazar al perrito de Annie, finalmente utilizamos un perro grande de peluche al que Annie paseaba en el
escenario montado en un skateboard o patineta.
Dos de mis mejores amigas
vinieron desde Arequipa para ayudarme el
fin de semana del montaje, durante todos los ensayos no teníamos el cassette
con la música (sí tal cual, no habían ipods, ni youtube para bajar la música
del computador, estamos hablando de los lejanos años 96-97, así que todos los
ensayos de las canciones eran a pura voz en cuello -y créanme que así como
comparto que me salía muy bien el rol de Miss Hannigan, el canto nunca fue mi
fuerte-), finalmente la cinta con las canciones llegó y un domingo después de
Misa representamos la obra. Todos los asistentes debían traer víveres no perecibles
como entrada y tuvimos una audiencia enorme (todos los papas, hermanos,
hermanas, tíos, primos y demás familiares y vecinos).
La obra transcurrió de manera
maravillosa, las primeras y primeros actores se lucieron y literalmente se robaron el aplauso intenso del público. Yo estuve toda la obra echada en la
parte delantera, donde se iniciaba la terraza de una casa que funcionó como
escenario y desde allí con la mirada atenta y el corazón en la garganta
expectante, acompañé a los pequeñines en la obra. Pierina que hizo de Miss
Hannigan se robó el show, estuvo maravillosa. Cuando terminó la obra, fue tal la
emoción que me embargó, que simplemente rompí en llanto, no podía parar, sentía tanta emoción y felicidad
por cómo había resultado la obra, por haber logrado soltar algo que me era tan
querido y comprobar que el resultado había sido aún mejor. Los niños habían
preparado una sorpresa para mí y simplemente no podía ni pararme a agradecerles
porque era un mar de llanto presa de la emoción. Ese evento fue por mucho
tiempo uno de los recuerdos más felices que podía recordar. Y hoy me queda clarísima
la gran lección que aprendí ese día, uno puede ser muy feliz logrando o
haciendo algo en lo que es bueno, pero hacerlo a través de los demás, ser un
facilitador en el logro de otra persona es aún (para mí) mucho más gratificante
y reconfortante. Tal cual, como ya lo he compartido aquí antes, yo pensaba
estar dando (dando las pautas, dirigiendo la obra) y terminé ante todo
recibiendo.
Y este evento ha venido a
memoria a raíz de que mi esposo, invitado por un colega por segunda vez,
escribió un artículo que compartió conmigo hace poco y lo encontré
sencillamente genial. Me emocioné tanto al leerlo y me sentí tan orgullosa, se
me hincha incluso el pecho ahora solo de recordarlo. Y volví a sentir esa
adrenalina tan especial que te llena el cuerpo cuando alguien querido, cercano
(o puede ser lejano incluso) hace algo que nos emociona, que nos alegra, que
nos enorgullece y la satisfacción es incluso mayor que los propios logros.
Y esa es mi invitación de hoy,
detenernos a revisar cuánto me permito celebrar los logros ajenos, las
victorias (pequeñas y grandes) de mis seres queridos, cuánto nos atrevemos a
soltar aquello que queremos, que nos gusta, en lo que somos buenos, por un bien
mayor que luego terminará siendo incluso más rico para nosotros.
En clave de coaching entonces
nos invito a preguntarnos, y sobre todo contestarnos:
¿Hay cosas/temas que podría “soltar” y
permitir que otros (mi hijo, mi padre, mi colaborador, mi jefe) se estrenen en
esa tarea en la que yo creo que sólo yo soy buena?
¿De qué me puedo estar perdiendo por no
soltar?
¿Cómo dejo saber a quienes quiero, que
siento orgullo y emoción por aquello que logran, que hacen, que son?, ¿qué haré
al respecto?
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