La semana pasada, en medio de un muy
breve periodo de calma en casa (desde hace 2 meses en que nació mi pequeña
princesita, nuestra familia viene viviendo, además de toneladas de amor por la
recién llegada, unas buenas dosis de caos y locura y mucha sensibilidad en el
caso del súper hermano mayor… sumado a los preparativos para festejar su cumple
#3) reparé en que el mar se veía especialmente hermoso y que el cielo de la
tarde se había teñido de esos colores maravillosos que nos regala el verano.
Me encantó haberme detenido un momento y
haber dejado que me capture esa belleza. Desde que me mudé a Lima (hace más de
15 años) siempre dije que algún día viviría frente al mar y soy tan bendecida
que hoy lo puedo admirar desde mi balcón (de costadito no de frente pero igual
lo puedo ver a diario!!!!) así que quise compartir ese amor por la inmensidad
del mar con mi hijo mayor (encontrar también mini momentos exclusivos con él es
una prioridad enorme para mi y no siempre lo logro). Le propuse entonces salir
al balcón a mirar el mar aprovechando que su hermanita dormía y podíamos dejar
abiertas las mamparas que suelen estar juntas últimamente ya que a pesar del
calor al abrirlas el viento es tremendo y me gana mi versión de mamá pollito y
me preocupa tener a una recién nacida con tanto viento. Al salir lo primero que
yo hice fue respirar hondo y querer beberme los colores del mar, y lo primero
que él hizo (a sus 2.11 años) fue agacharse a mirar las plantitas que tenemos
en el balcón.
Insistí un par de veces, hasta lo ofrecí
cargarlo para que viera mejor (lo cual no tenía mucho sentido pues el balcón es
de vidrio por lo que a su altura podía ver plenamente el mar), pero no había
opción, él estaba encantado mirando las plantas. Así que me resigné y cambie el
cielo por el suelo para explorar junto a él (pensando que era una pérdida al
menos desde mi juicio a priori). Nos detuvimos a olerlas (es algo que desde
chiquito siempre hemos hecho, incluido el supermercado!). Tras oler el romero
dijo “huele delicioso”, con la albahaca exclamó “riquisisísimo” y no podía
estar más divertido.
En la puerta del supermercado al que
solemos ir hay un señor muy mayor que vende plantitas y él es uno de los
principales responsables de que yo haya iniciado mi mini huertita de balcón (y
mis ganas de pintar macetas también) una de las que me vendió resultó ser una
planta de tomatitos cherry, de la cual ya hemos “cosechado” un par de veces.
Ese día no había aún tomatitos rojos y contamos los verdes que estaban por
madurar. Él ama contar y lo hace con tanta pasión que el número de tomatitos
variaba en cada repaso de cuenta!
Luego mi pidió que lo cargara pero para
ver mejor los mini cactus que tengo más altos. Los tocó uno a uno, se reía y
exclamaba “este pincha mami”. Tocamos otra plantita que tiene una textura
aterciopelada y él decía “suavecito mami”. En otro extremo del balcón había un
trio de macetitas que parecían haber sucumbido ante mis pocos cuidados y
atención, y cuando me disponía a explicarle que en una de las macetitas ya se
había muerto la plantita, descubrimos que debajo de todas las ramitas secas,
estaba creciendo un brote verde chiquitito (ni estoy segura qué tipo de
plantita es!!! Lo cual me recuerda que quiero mejorar mis conocimientos de botánica)
así es que limpiamos la plantita y dejamos el pequeño brote para que pudiera
crecer.
No estoy segura ni cuánto tiempo
estuvimos en el balcón con las plantitas, lo que si estoy segura es que me
equivoqué totalmente con mi aparente “pérdida”, esa tarde gané enorme. Gané un
maravilloso momento de aventura exclusiva entre los dos y además descubrí que
esa maravillosa grandeza e inmensidad que tanto me seduce del mar, me la pueden
brindar también algo tan sutil y pequeñito como unas hierbitas aromáticas. Fue
una lección generosa de la vida en baldazo y con agua fría y me encantó. Me sirvió
para recordar no dejar de maravillarme nunca con aquello que amo así lo tenga
ya a diario casi frente a mí (fue la vista de mi querido mar lo que me llevó a
proponer la salida al balcón) y me sirvió también para re re re recordar que
ante los niños nunca habrá mejor plan que dejarnos llevar por su mirada inocente,
pícara, curiosa, y que cambiar el cielo por el suelo puede ser realmente el
plan más maravilloso. Gracias pequeño mío.
Y en clave de Coaching, se me ocurren 2
preguntas para ayudarnos a reconectar:
¿Cuáles son los pequeños grandes placeres
que más disfruto y que no cuestan dinero?
¿Qué me ayudaría a
dejarme sorprender por los pequeños detalles que la vida pone en mi camino?
PD. La imagen corresponde a las primeras plantitas que llegaron a nuestro balcón, hoy tenemos algunas más :)
Andre, me encantó, que bueno que nos has hecho notar la importancia de maravillarnos de esas cosas pequeñas que hay a nuestro rededor y más, la importancia de mirarlas con ojos de niño, para lo cual se necesita prestarle atención a lo que el niño quiere y no a lo que nosotros queremos.
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