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Había una vez un Abuelo y un Nieto




Un par de sábados atrás, sonó el despertador inusualmente temprano para mí (al menos para fines de semana) y con un esfuerzo grande y gracias al bombeo incesante de mi voluntario corazón, logré salir de la cama. Me esperaba una jornada de capacitación, requisito previo para el Voluntariado en el que había decidido participar. Así fue como enrumbé tempranito y con lentes puestos a pesar de que no había sol (no podía abrir aún del todo los ojos –mis párpados son sensibles a los sábados-) me dirigí a la capacitación, confieso, con la expectativa de que acabara lo más rápido posible para sentir que iniciaba realmente el fin de semana.


Y como suele suceder en esas ocasiones donde uno cree estar yendo para “dar” (sea tiempo, recursos, etc.), resultó ser que fue mucho más lo que recibí. Y resultó así especialmente por un compañero “voluntario” que estaba también allí para la “capacitación”, y que tuvo la generosidad (esa generosidad transparente de quien tiene un corazón enorme), de compartir su historia. Y esa historia tenía de grandes protagonistas a un abuelo y a un nieto.


Llamaremos a este joven voluntario “Manuel”. Manuel nos contó de su abuelo, un abuelo que lo acogió bajo su cuidado a él y sus dos hermanos más pequeños cuando el papá los abandonó y la mamá tuvo otro compromiso. Manuel siendo muy pequeño no llegaba a entender bien porque sus padres no se hacían cargo de él y de sus hermanos, pero gracias a su abuelo, no dedicó mucho tiempo a atormentar su corazón, pues ese abuelo se dedicó a cuidarlos, criarlos, educarlos. Manuel nos contó cómo este abuelo les inculcó desde pequeñitos principios, valores (especialmente el valor de la familia), se preocupó por hacerlos estudiar, y Manuel creció amando y respetando a este gran abuelo, y atesorando muy profundo en su corazón todas estas enseñanzas.


Hasta que un día, cuando Manuel tenía la edad de 11 años, su abuelo falleció. El corazón de Manuel sintió muchísimo dolor, quien había sido su guía, su protector, su todo, se había ido. Pero el dolor no quedó allí, vinieron los tíos a decirles a él y a sus hermanos que tendrían que buscar quien los mantuviera porque ellos no podrían. Manuel aún con todo el dolor en su corazón, buscó a su papá, pero éste no quiso recibirlos ni ayudarlos. La mamá tampoco se hizo cargo. Dolor sobre dolor.
Intento imaginar qué sentiría, qué pensaría un muchachito de 11 años viviendo lo que Manuel estaba atravesando en esos momentos, y siento que no soy capaz de hacerlo. ¿Cómo poder ponerme en sus zapatos?, ¿podría acaso imaginar y llegar a sentir ese dolor/desamparo/desesperación? Manuel nos contó cómo en esos momentos en algún punto cruzó por su mente la idea de darse por vencido, pero no lo hizo, no podía hacerlo, y la razón para él es muy obvia: su abuelo, su ejemplo. Él no podía (y no puede) olvidar el ejemplo y los valores que su abuelo había inculcado con tanto amor en su corazón.


Sobrevivió solo y logró también que sus hermanos sobrevivieran con él. Trabajó desde niño y al crecer llegó a conseguir un trabajo como operario y es allí donde lo conocí. Porque además de haber sobrevivido a una pubertad tan difícil y con tanto desamparo material, hoy Manuel no solo se preocupa por ser un hombre de bien sino que además encuentra tiempo y cariño para enlistarse como Voluntaria para ayudar a los demás. Él que nunca recibió ni amor ni cuidado de sus propios padres, está dispuesto a preocuparse y ayudar a quienes hoy lo necesitan.


Y Manuel hoy sueña con formar una familia, sueña con tener una esposa y respetarla, con tener hijos y nunca abandonarlos. Se pregunta también qué hubiera sido de él si su padre hubiera aceptado hacerse cargo de ellos y hubiera podido, por ejemplo, estudiar (“seguramente hubiera llegado más lejos”). Yo creo que ha llegado lejísimos. No sé cuántos de los que hemos tenido la fortuna de estudiar (y la fortuna mayor aún de crecer al lado de nuestros padres), habremos llegado ni por asomo tan lejos. Ser personas de bien, de corazón humilde, generosas, integras y sin rencor en nuestro corazón. Cuando uno escucha a Manuel lo que más sorprende es cómo transmite tanto amor. Y me maravillo al pensar en ese abuelo increíble (no sabía escribir pero se ocupó de que sus nietos aprendieran). El ejemplo de ese abuelo ha hecho que Manuel sea hoy el gran hombre que es. Especialmente porque Manuel decidió (así fuera muy pequeño) mantenerse en el camino de las enseñanzas del abuelo. Grande fue el abuelo e igual de grande el maravillo nieto por las decisiones que tomó y lo fiel que se mantuvo al ejemplo.


Y justamente es el tema del “ejemplo” el que hoy cuestiona mi mente. Y me pregunto,  qué clase de figura soy yo para las personas que me rodean. Hoy no tengo nietos, es verdad, pero tengo esposo, tengo padres, tengo amigos, tengo colegas. ¿Qué clase de figura quiero ser para mis hijos en el momento que lleguen, qué clase de abuela anhelo ser?, ¿qué historia estoy contando con mi vida, con las decisiones que tomo, con los pasos que doy?, ¿es nuestra historia, una historia digna de ser contada?


La historia de Manuel es muy emotiva, y puede que en nuestro día a día, no todos estemos expuestos a situaciones tan extremas. Pero sí todos tenemos impacto en las personas que están a nuestro alrededor. Seamos o no conscientes de ello. Y mi propuesta es que justamente nos detengamos a pensar, que seamos conscientes. Estemos claros de la influencia que ejercemos. Del impacto que generamos. En casa, en el trabajo, en mi grupo de amigos, con los desconocidos que interactuamos.


Gracias Manuel por haber compartido tú historia y por la invitación que nos haces a que todos los que queramos nos detengamos y revisemos qué clase de ejemplo damos y queremos. Y para cerrar en clave de Coaching, tomo prestadas 3 poderosas preguntas de Juan Carlos Cubeiro, excelente coach y mejor persona aún, un gran ejemplo e inspiración para mí:


¿De qué pasta estamos hechos?


¿En qué queremos llegar a convertirnos?


¿Cuál es nuestro mensaje al mundo?, ¿qué quiero hacer a partir de hoy para que ese mensaje llegue más claro y más fuerte?

Comentarios

  1. Qué importantes son las personas que se cruzan en nuestras vidas, aunque sea por un breve momento. Por eso siempre debemos de estar atentos y con el corazón abierto y dispuesto a escuchar. Siempre hay algo que aprender de los demás, siempre.

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