Era viernes, final de día. Venía de tener una semana intensa, mucho trabajo, muchos pendientes, cantidad de urgencias. Pocas horas de sueño, muchas horas frente al computador. Contaba los minutos para que mi semana laboral medianamente terminara pues me sentía me sentía especialmente cansada. Un rico sándwich, generosamente preparado para mí por dos ángeles que tengo cerca, estuvo esperando durante todo el día por mí, y en la locura del día no me di el tiempo de comerlo.
Cuando finalmente estaba por salir del trabajo, recordé el sándwich y no quise dejarlo aunque tampoco tenía hambre en ese momento. Se me ocurrió tomarlo y seguramente encontraría a alguien a quien se lo pudiera invitar. Así fue como salí de la oficia, bolso en un lado, mochila al hombro y el sándwich en la mano bien envuelto; y por dentro, sintiendo que una aplanadora había pasado por encima mío ida y vuelta.
En el camino hasta la calle, pasando por el ascensor, el lobby del edificio y la frente; no encontré a nadie a quien invitarle el sándwich. Decidí seguir caminando y cuando ya iba a llegar a mi auto, vi a media cuadra una señora sentada en la vereda con dos niños, uno en brazo pequeñito y una niña más grandecita sentada a su costado. Me acerqué y le pregunté a la niña si le provocaba un pancito. La niña me miró con sus ojitos muy abiertos pero no se atrevió a estirar la mano hasta que su mamá con un gesto la animó.
Cuando le entregaba el sándwich a la niña, una manito se estiró hacia mí. Era el bebe que la señora tenía en el regazo que me miraba sonriendo y me estiraba la manito. Antes de que mi cabeza lo decidiera, mi mano ya había cogido la suya. Su deditos pequeñitos y sucios cogieron mi dedo con fuerza y no dejaba de sonreírme. No sé cuánto duro ese momento. Seguramente segundos, pero para mí el tiempo voraz en el que había vivido la semana entera ahí se detuvo. Sentí el viento, el brillo del final del día, incluso sentí la sonrisa de algunas personas que al pasar a nuestro costado sentían también la ternura que el bebe me estaba regalando.
Yo fui a dar un sándwich a alguien que pensé lo necesitaba, y en verdad salí de allí recibiendo un regalo enorme. El regalo de vivir en ese preciso instante el aquí y el ahora y recordar lo verdaderamente importante. La calidez de una sonrisa, la inocencia de un bebe, la alegría de sentir el contacto de una mano tan pequeña…
En algún momento nos soltamos y no sé si lo llegué a verbalizar pero si lo sentí enormemente, un fuerte “gracias”. El día cambió de color, la semana en el recuerdo se me hizo menos intensa. Increíblemente me fui a casa recargada de energía y sonriendo, sintiendo calorcito en el corazón.
Coincidirán conmigo que en la sabiduría popular y en nuestras creencias religiosas también, podemos encontrar muchas frases y reflexiones acerca de la riqueza de dar. No es algo nuevo. Pero creo que vale la pena enteramente recordarlo.
¿Cuándo ha sido la última vez que me permití “dar” algo a una persona, a un amigo, a mi familia, a mi pareja, a mi jefe?, ¿cómo me sentí?, ¿quisiera volver a sentir esa sensación cálida en el corazón?
¿Qué tesoros tengo (los más valiosos suelen ser no materiales) que puedo “dar”, compartir? La invitación para esta semana es que nos permitamos dar, nos sintamos libres de tener detalles, sonrisas, palabras, tiempo para con las personas de nuestro entorno (conocidos, desconocidos, seres queridos, con aquellos a quienes aún nos falta descubrir cómo querer).
¿Qué puedo y quiero dar esta semana?, ¿a quién se lo daré?
A disfrutar del placer de dar con el corazón y a mantener los ojos limpios, atentos e inocentes para sorprendernos con los regalos que podemos llegar a recibir!
Muy lindo, has vivido el secreto de compartir, que llena de gozo la vida.
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