Estamos en tiempo de Navidad, las calles se llenan de luces, los comercios se llenan de gente, las pistas se llenas de más autos, por ende de más tráfico también. De una u otra manera todos nos vemos envueltos en este “tiempo navideño”. Tiempo de regalos también, de compras, de correrías, de estrés, de pensar mucho en dar, a veces sin querer se cae también en comparar… y vuelve a mi mente la reflexión de la entrega anterior acerca de las expectativas y cómo estas marcan nuestra capacidad de disfrutar o permiten que nos dejemos invadir por la frustración o desilusión.
Me gustaría compartirles una breve historia que bien podría ayudarnos a seguir reflexionando y cuestionando nuestra postura respecto a las expectativas (y muchos temas más seguramente).
Aquí la tienen…
"Una madre de familia americana pasaba sistemáticamente la aspiradora cada vez que notaba que los largos pelos de la preciosa alfombra blanca que tenía en el recibidor quedaban desaliñados.
No podía soportar que su alfombra quedara mancillada por las huellas de los zapatos.
Su psicoterapeuta, Leslie Bandler, la confrontó.
Le preguntó si estaba contenta cuando su alfombra quedaba perfectamente limpia y vio cómo el rostro de su cliente se iba relajando.
Después le pidió que imaginara su alfombra inmaculada, como antes (rostro relajado), pero estando ella totalmente sola en casa.
Eso no gustó nada a la paciente.
La terapeuta le propuso entonces que imaginara la alfombra con algunas pisadas y con toda su familia a su lado.
A la paciente le encantó la imagen y acogió la idea de que para estar rodeada de los suyos, tenía que aceptar algunas que otras pisadas en su preciosa alfombra blanca".
(Fuente “Prácticas de Coaching”, Viviane Launer y Sylviane Cannio)
Esta “paciente” (que bien podría ser cualquiera de nosotros) tuvo una suerte enorme de tener un terapeuta que la supiera confrontar de una forma tan sencilla y directa (ni qué decir de la valentía que tuvo primero la paciente para buscar ayuda en un terapeuta, acto altamente valeroso porque implica buscar ayuda y reconocer que somos seres vulnerables que podemos en algún momento de nuestra vida necesitar soporte, orientación profesional). ¿Tendremos nosotros también esa misma suerte -y valentía-?
Me pregunto si no viviremos atados, sin saberlo, a una o varias preciosas alfombras blancas.
Podría ser una tradición, podría ser una imagen de nosotros mismos, podría ser una famosa expectativa; en cualquier caso la constante sería que nos está impidiendo disfrutar plenamente de nuestra propia vida. Puede que vivir aferrados a una postura (por más que estemos seguros sea la correcta) nos vaya dejando cada vez más solos. ¿Es eso lo que queremos?
Ante la posibilidad de vernos en nuestra casa vacía, sin nadie alrededor, pero con nuestra preciosa alfombra blanca intacta; creo que la mayoría de nosotros elegiría rápidamente tolerar unas cuantas, o muchas quizás, pisadas y pelos despeinados. Y me pregunto, ¿esta elección la vivimos en el día a día cuando nos molestamos, reaccionamos, criticamos, a quienes ensucian o parecieran amenazar con ensuciar nuestra preciosa alfombra?
Qué triste sería darnos cuenta cuando ya nuestra casa esté vacía.
Por eso, mi invitación esta semana, en plena época de fiestas y espíritu Navideño, es a que paremos un momento y nos preguntemos ¿qué cosa o situación, creencia, persona o relación representa en mi vida la “preciosa alfombra blanca”? Solo si la logramos identificar estaremos en condiciones de estar atentos y elegir.
¿Qué haré respecto a mi propia alfombra blanca?, ¿Qué elección haré?
Querida Andrea, Un artículo muy interesante, gracias por hacernos reflexonar sobre nuestras propias alfombras blancas, como dice S. Covey, si cogemos un palo nos llevamos los dos extremos.
ResponderEliminarRealmente un ejemplo muy entendedor, s queremos convivir con otras personas seguro que nuestra alfombra lo reflejará y vale la pena!!!!
Por si no hay otro artículo antes de Navidad, Feleces Fiestas a ti Andrea y a todas las personas que leen tu magnifico Blog.
Hermínia Gomà