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Montaña Rusa de Emoción




Luego de unas felices vacaciones y de haber visitado ciudades de ensueño vuelvo a mi cubil felino donde me detengo un momento para saborear, valorar, meditar, y un largo etcétera de verbos que al parecer terminan mayoritariamente en “ar”. Y me encanta. Los días a veces pasan tan rápidamente que no siempre me doy el tiempo para parar y digerir todo lo que voy viviendo. Y este es mi espacio por excelencia para hacer eso. Hay semanas en que me vienen muchas ideas a la mente en función a lo que vivo, veo, siento. No todas esas ideas llegan a plasmarse aquí. Definitivamente mi productividad mental es mayor a mi productividad física. El tema de hoy ha estado en mi cabeza por varios días (casi ya semanas) y no quiero que se me escape así que hoy me siento nuevamente para “parar” y compartir, pero sobre todo para digerir lo que yo misma vivo y siento.

¿Han tenido ocasión de subir a una montaña rusa? Imagino que más de uno sí. Personalmente yo suelo disfrutar muchísimo con todo los juegos de los parques de diversiones. De pequeña solía ser mucho más temerosa pero en algún momento me pase al bando de los salvajes (llegando incluso a hacer mi famoso salto en bungee jumping). Hoy estoy más en un punto medio tirando aún al lado salvaje, tengo en mi Bucket List como pendiente el hacer parapente en el Malecón de Miraflores). Personalmente lo que más disfruto de las montañas rusas es la adrenalina, esa intensidad de emoción, no es que no experimente miedo, porque si lo siento, y mucho a veces, pero me encanta el rush, la intensidad, y el atreverme. Suelo tener como lema de vida en general: “mejor pedir perdón que pedir permiso”, y si a veces puede uno quemarse pero al menos no suelo quedarme con el “qué hubiera pasado si…”

Recientemente, y en otras ocasiones con anterioridad, he tenido la oportunidad de pasar por una especie de montaña rusa de emociones, donde en un momento uno está en la cúspide de la alegría/felicidad para pasar muy rápidamente al otro extremo del espectro donde la tristeza puede asaltarnos y muy fácilmente olvidamos que minutos antes estábamos en el clímax, en la cúspide de la montaña viendo todo el paisaje y dominando el mundo. Y es que justamente las emociones son así, son intensas, pueden variar de un segundo a otro y por lo mismo, hay que recordar que hay algo más allá, más perenne que la emoción. Cuando uno va a toda velocidad en ese carrito de la montaña rusa, ese carrito en ningún momento está en el aire, va sobre rieles, sobre una estructura sólida y esa estructura esa anclada en el suelo, no se mueve, es firme y permanente.

Alguien muy sabio (además de maravilloso) me decía en una ocasión, “recuerda lo importante, lo importante no se mueve, no cambia” y cuánta razón tiene. Las emociones son maravillosas y me encanta que todos nos permitamos vivirlas, disfrutarlas, pero hemos de estar atentos para no dejar que nos obnubilen, nos cieguen y perdamos de vista lo importante. Cuando estamos en los clímax positivos, igualmente hay pequeñas penas en nuestro corazón, dolores, preocupaciones, y lo mismo sucede cuando estamos en el otro extremo, cuando la tristeza, la pena nos asalta, las cosas buenas, nuestros valores, nuestros más profundos sentimientos, no se mueven, se mantienen, son como rocas. Y a esas rocas siempre quiero estar bien sujeta y atenta.

Y esa es la invitación que propongo nos hagamos todos hoy, estar atentos para subordinar las emociones (pasajeras, bellas pero efímeras) a los sentimientos (profundos, de largo aliento, que se construyen con el tiempo, con decisiones), a nuestros valores, a nuestra vocación (aquello para lo que hemos sido hechos). Obviamente para poder hacer este ejercicio de priorización toca primero clarificar cuáles son esos sentimientos profundos que nos guían, cuáles son nuestros valores cardinales, cuál es la vocación que nos toca vivir y compartir. Personalmente encuentro que detenernos a reflexionar sobre estos temas tan vitales, tan profundos, puede en ocasiones asustar, pero es nuestro mejor cimiento para sobrellevar los vientos de la vida, las mareas, las tormentas al igual que maravillosas puestas de sol.

Así en clave de Coaching, los invito y me invito a preguntarnos:

¿Cuáles son los principales cimientos sobre los cuales he construido/construyo mi vida?

¿Cuáles son mis principales valores?

¿Con qué personas puedo y quiero compartir acerca de estos cimientos y valores, así cuando venga una estrepitosa bajada en la montaña, me ayuden a recordarlos?

Comentarios

  1. Me ha encantado tu artículo, la montaña rusa por la que transitamos, pero firme en la estructura interna de nuestra identidad y nuestros valores!!!
    Una metáfora genial!!!

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