En las
últimas semanas, he tenido la suerte de asistir a algunos eventos que me han
teletrasportado a mis años de estudiante y mejor aún, a momentos en que
disfrutaba de clases magistrales por la calidad de los maestros (sí tal cual,
he tenido grandes y buenísimos maestros tanto en Arequipa, aquí en Lima como en
Barcelona). Mi gratitud a cada uno de ellos. Y fue en una clase reciente que
escuché la conocida historia del Rey Midas con un matiz diferente. Retomo aquí
brevemente la historia primero…
Había una vez un
rey muy bueno que se llamaba Midas. Sólo que tenía un defecto: que quería tener
para él todo el oro del mundo. Un día el rey midas le hizo un favor a un dios.
El dios le dijo:
-Lo que me pidas
te concederé.
-Quiero que se
convierta en oro todo lo que toque - dijo Midas.
-¡Qué deseo más
tanto, Midas! Eso puede traerte problemas, Piénsalo, Midas, piénsalo.
-Eso es lo único
que quiero.
-Así sea, pues -
dijo el dios.
Y fueron
convirtiéndose en oro los vestidos que llevaba Midas, una rama que tocó, las
puertas de su casa. Hasta el perro que salió a saludarlo se convirtió en una
estatua de oro.
Y Midas comenzó a
preocuparse. Lo más grave fue que cuando quiso comer, todos los alimentos se
volvieron de oro.
Entonces Midas no
aguantó más. Salió corriendo espantado en busca de dios.
-Te lo dije,
Midas - dijo el dios-, te lo dije, Pero ahora no puedo librarte del don que te
di. Ve al río y métete al agua. Si al salir del río no eres libre, ya no
tendrás remedio.
Midas corrió
hasta el río y se hundió en sus aguas.
Así estuvo un
buen rato. Luego salió con bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó adrede,
siguieron verdes y frescas. ¡Midas era libre!
Desde entonces el
rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y ahí murió
tranquilo como el campesino más humilde.
Confieso
que no conocía esta versión del cuento con un final feliz, tenía en mi mente
que Midas se quedaba solo y desdichado, sin poder comer ni volver a tocar a sus
seres queridos. ¿Tristísimo verdad? Más aún si pensamos que Midas eligió el don
de convertir todo lo que tocara en oro. Antes de saber las consecuencias,
¿quién podría juzgarlo?, no hemos deseado todos en algún momento ganarnos la
lotería, tener salud por siempre, nunca enfermar, nunca sufrir, y tantas cosas
más. Y entra entonces la invitación que planteaba este gran profesor días
atrás: “nos detenemos a pensar si lo que pedimos es realmente lo que queremos?” Quiero ser feliz y pido dinero. Quiero tener una vida con sentido y pido un
ascenso. Lo increíble es que muchas veces obtenemos lo que pedimos y seguimos
insatisfechos porque no alcanzamos aquello que queremos. Cuán cierto y cuán
fuerte.
¿Y si todos somos un poco como el
Rey Midas?... Quizás
en algunos aspectos vivimos rodeados de oro pero sin poder sentir, tocar,
comer. El maravilloso profesor que contaba esta historia a un grupo de
importantes ejecutivos conectaba esta diferencia entre querer y pedir, con la
figura de los jefes y aquello que mandaban a sus colaboradores. Y encuentro que
es totalmente aplicable a la figura de los padres con los hijos, a las parejas,
a los amigos. Queremos algo desde el
fon de de nuestro corazón (suele ser amor, compañía, respeto, comprensión…) y pedimos
–incluso en ocasiones exigimos- una hora específica, una respuesta exacta, una
forma específica de hacer o dejar de hacer algo.
La
invitación de esta entrega es a nos atrevamos a diferenciar lo que pedimos de
lo que queremos; estar atentos sobre
aquello que estamos pidiendo, asegurarnos si es realmente aquello que queremos.
No vaya a ser que se nos conceda el maravilloso don de convertir en oro todo
aquello que tocamos, y nos estemos quedando solos (como jefes, como padres,
como esposo(a)s, como hijo(a)s…
En clave
de Coaching:
¿Cuáles son los pedidos
que hago en mí día a día?
¿Qué motivos
profundos están detrás de aquello que pido?
¿Qué haré diferente
a partir de hoy para asegurarme de estar pidiendo aquello que verdaderamente
quiero?
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