Imaginemos que somos amantes de los helados, sencillamente nos encantan (para algunos seguramente nos resultará extremadamente sencillo imaginarlo). Imaginemos también que nos encontramos en una tienda maravillosa que vende los helados más ricos, frescos y apetitosos. No podemos esperar a probarlos. Se nos hace ya agua la boca.
Al llegar nuestro turno, el amable dependiente que despacha los helados nos informa que podemos escoger el sabor que deseemos pero solo 1. No se aceptan combinaciones, es o uno u otro. La noticia nos desilusiona un poco al inicio, nos entusiasmaba probar distintos sabores; pero no importa. Todos serán igualmente maravillosos.
Nuestros ojos aletean entre dos recipientes en especial, el dependiente lo nota y nos plantea la pregunta: ¿helado de limón o de chocolate?... y finalmente, escogemos. Nos entregan nuestro helado y es ese el único que podremos disfrutar. Limón o chocolate.
Ahora me gustaría variar ligeramente la pregunta y el contexto. No estamos en una heladería sino ahora nos encontramos en la película de nuestra propia vida. Somos los guionistas y actores principales; pero la constante es la misma, tenemos que elegir. Siempre tenemos que elegir. Y la pregunta que la vida nos plantea es:
¿Qué prefieres, ser feliz o tener la razón?
¿Qué elegimos?
¿Qué eliges tú?
Es, o lo uno (ser feliz) o lo otro (tener la razón).
Para aquellos que elegimos la primera alternativa (el helado de limón por seguir con el ejemplo), la pregunta que nos podemos plantear a continuación es:
¿Me ha ocurrido llegar a pelear o discutir por tener la razón, a pesar de que elijo entre ambas alternativas el ser feliz?
a. Sí, constantemente
b. Sí, en muchas ocasiones
c. Sí, en algunas ocasiones
d. No, nunca
Si tu respuesta fue la d. te hago llegar desde aquí mi más cálida felicitación. Para los que aún estamos entre las opciones a y c propongo nos sigamos preguntando.
Evitemos el “por qué”. El por qué suele llevarnos a una pregunta circular donde difícilmente logramos ver la luz a la salida del túnel. Una buena alternativa sería:
¿Para qué busco tener la razón?, ¿qué siento que está en juego cuando me empeño en demostrar que tengo la razón así en el camino dañe una relación que valoro, afecte mi propia sensación de bienestar, o me vaya quedando cada vez más solo? Cada uno habrá de encontrar sus propias respuestas.
La semana pasada, al plantear esta pregunta en medio de un taller, una de las participantes me contestó: “yo prefiero los dos, ser feliz y tener la razón”. Todos reímos. Sería excelente. Pero la pregunta nos plantea una elección, nos pide elegir aquello que valoramos más.
Muchas veces pueden ambas cosas venir juntas, bienvenidas; pero cuando representan alternativas diferentes, caminos diferentes, ¿cuál elegimos? No basta con tener la certeza de que queremos ser felices; nuestras elecciones tienen que ser consecuentes.
Cuando estemos a punto de discutir, de argumentar, de insistir para demostrar algo; preguntémonos, ¿qué elección estamos haciendo?, ¿qué elección quiero hacer?, ¿Qué acción sería más consecuente con aquello que valoro?
Sólo así podremos disfrutar plenamente de ese helado maravilloso que espera a cada uno de nosotros en la tienda de nuestra propia vida.
PD. Gracias Herminia por ayudarme abrir los ojos presentándome esta poderosísima pregunta.
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