Esta ha sido una semana de decisiones, al principio difíciles, poco a poco, calmas como un viento suave al atardecer. El secreto: recordar mis propias prioridades.
Hay una pregunta que ha sido ya protagonista de entregas anteriores. Es quizás una de las preguntas más potentes del Coaching:
¿Qué haría si no tuviera miedo?
Me atreví a hacerme la pregunta y más aún, me atreví a contestarla. Y tenía muy clara la respuesta: necesitaba realizar un cambio importante en mi vida laboral. Así y todo seguía el miedo estando presente. El impacto económico, el impacto afectivo, los planes y cronogramas propios y del equipo, área… Había muchísimas variables en juego.
Dentro de todo ese mar de variables encontré algunas pistas que me permitieron vislumbrar nuevamente el Norte, estas pistas estaban en mi interior. Qué es lo que más valoro, cuál es mi plan de vida, qué cosas son las más que más recordaré y valoraré cuando este toda viejita y arrugadita sentada en un sillón leyendo un libro con grandes gafas. A este proceso de permitirme cuestionarme y responderme, se sumaron también algunas señales externas que seguramente estuvieron allí dándome luces desde el inicio pero no me di el tiempo para “verlas”.
Por ejemplo, una llamada del Centro de Control de Asistencia (en mi caso más que control solían ser llamadas para confirmar horarios poco “regulares” de ingresos y salidas), la joven que amablemente me contactó y con la cual ya teníamos esa clase de complicidad laboral telefónica que se da sin conocerse personalmente, me preguntó con una naturalidad enorme: “Andrea, tengo el jueves X una marcación tuya a las X horas, ¿ingresabas o salías?” En esta ocasión ya no me hizo comentarios ni me preguntó qué hacía en la oficina a esas horas, simplemente estaba acostumbrada. Ta lan (campanazo de un ring de box en el cual yo estaba en el suelo en el cuadrilátero).
O conversaciones cotidianas donde uno percibe que hay cosas en el entorno en el que te encuentras que quizás no armonicen con tus prioridades personales. Conversación casual con una importante ejecutiva del entorno, ella además de ser una profesional excelente es madre y tiene niños pequeños. La escuché comentar que ansiaba tener nietos. ¿Nietos pregunté? Cómo anhela tener nietos ya una mujer que tiene aún hijos pequeños, me llamaba muchísimo la atención. Y respondió con una total transparencia, “es que a ellos los voy a poder criar, a mis hijos no he podido”. (Ta lan, otro campanazo y me volvía a mostrar que estaba en el suelo de un cuadrilátero peleando una batalla que no quería pelear, que no estaba dispuesta a pelear).
Conclusión, decidí honrar mis prioridades. Comenzando por Priorizar-Me, priorizando mi salud, mis proyectos personales, mi calidad de vida (no monetaria sino de plenitud).
Al decidir priorizarme he vuelto a conectar con las cosas que son más valiosas para mí: mi pareja, mi familia, mis amigos, mis proyectos, mis sueños.
Obviamente parte de la decisión y de afrontar la respuesta que venía a mi mente cada vez que me preguntaba que haría sino tuviera miedo, ha implicado definir un plan de acción, activar redes, retomar iniciativas que había dejado olvidadas. También ha significado desprenderme de cosas muy queridas, de personas muy queridas (mi jefe, mi equipo, mis compañeros); lo bueno es que los trabajos pueden pasar pero las relaciones valiosas que uno logra construir allí quedan, se mantienen.
Me siento nuevamente en paz, en sintonía conmigo misma. Ha sido una lección enorme permitirme dar un paso al costado. Suelo verme a mí misma como una luchadora; pero esta vez descubrí que no todas las batallas las tengo que pelear, y más aún, que no las quiero pelear si no valen verdaderamente la pena para mí.
La invitación esta semana para todos los que disfrutamos de vivir el Coaching Ahora viene nuevamente en forma de pregunta:
¿Me estoy priorizando en mis decisiones cotidianas?
¿Qué quiero hacer diferente para vivir más plenamente mis propios valores?
Hay una pregunta que ha sido ya protagonista de entregas anteriores. Es quizás una de las preguntas más potentes del Coaching:
¿Qué haría si no tuviera miedo?
Me atreví a hacerme la pregunta y más aún, me atreví a contestarla. Y tenía muy clara la respuesta: necesitaba realizar un cambio importante en mi vida laboral. Así y todo seguía el miedo estando presente. El impacto económico, el impacto afectivo, los planes y cronogramas propios y del equipo, área… Había muchísimas variables en juego.
Dentro de todo ese mar de variables encontré algunas pistas que me permitieron vislumbrar nuevamente el Norte, estas pistas estaban en mi interior. Qué es lo que más valoro, cuál es mi plan de vida, qué cosas son las más que más recordaré y valoraré cuando este toda viejita y arrugadita sentada en un sillón leyendo un libro con grandes gafas. A este proceso de permitirme cuestionarme y responderme, se sumaron también algunas señales externas que seguramente estuvieron allí dándome luces desde el inicio pero no me di el tiempo para “verlas”.
Por ejemplo, una llamada del Centro de Control de Asistencia (en mi caso más que control solían ser llamadas para confirmar horarios poco “regulares” de ingresos y salidas), la joven que amablemente me contactó y con la cual ya teníamos esa clase de complicidad laboral telefónica que se da sin conocerse personalmente, me preguntó con una naturalidad enorme: “Andrea, tengo el jueves X una marcación tuya a las X horas, ¿ingresabas o salías?” En esta ocasión ya no me hizo comentarios ni me preguntó qué hacía en la oficina a esas horas, simplemente estaba acostumbrada. Ta lan (campanazo de un ring de box en el cual yo estaba en el suelo en el cuadrilátero).
O conversaciones cotidianas donde uno percibe que hay cosas en el entorno en el que te encuentras que quizás no armonicen con tus prioridades personales. Conversación casual con una importante ejecutiva del entorno, ella además de ser una profesional excelente es madre y tiene niños pequeños. La escuché comentar que ansiaba tener nietos. ¿Nietos pregunté? Cómo anhela tener nietos ya una mujer que tiene aún hijos pequeños, me llamaba muchísimo la atención. Y respondió con una total transparencia, “es que a ellos los voy a poder criar, a mis hijos no he podido”. (Ta lan, otro campanazo y me volvía a mostrar que estaba en el suelo de un cuadrilátero peleando una batalla que no quería pelear, que no estaba dispuesta a pelear).
Conclusión, decidí honrar mis prioridades. Comenzando por Priorizar-Me, priorizando mi salud, mis proyectos personales, mi calidad de vida (no monetaria sino de plenitud).
Al decidir priorizarme he vuelto a conectar con las cosas que son más valiosas para mí: mi pareja, mi familia, mis amigos, mis proyectos, mis sueños.
Obviamente parte de la decisión y de afrontar la respuesta que venía a mi mente cada vez que me preguntaba que haría sino tuviera miedo, ha implicado definir un plan de acción, activar redes, retomar iniciativas que había dejado olvidadas. También ha significado desprenderme de cosas muy queridas, de personas muy queridas (mi jefe, mi equipo, mis compañeros); lo bueno es que los trabajos pueden pasar pero las relaciones valiosas que uno logra construir allí quedan, se mantienen.
Me siento nuevamente en paz, en sintonía conmigo misma. Ha sido una lección enorme permitirme dar un paso al costado. Suelo verme a mí misma como una luchadora; pero esta vez descubrí que no todas las batallas las tengo que pelear, y más aún, que no las quiero pelear si no valen verdaderamente la pena para mí.
La invitación esta semana para todos los que disfrutamos de vivir el Coaching Ahora viene nuevamente en forma de pregunta:
¿Me estoy priorizando en mis decisiones cotidianas?
¿Qué quiero hacer diferente para vivir más plenamente mis propios valores?
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