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Mostrando entradas de julio, 2011

Limpiaparabrisas

Tuve la suerte de trabajar un proceso de Coaching con una persona que me enseñó mucho durante el proceso (en realidad, cada uno de las personas con las que he tenido la suerte de trabajar me han dejado lecciones sumamente valiosas; esa es justamente una de las cosas que más disfruto del enfoque del Coaching, el enorme potencial que te permite ver/destapar/co-descubrir en las personas). Y hoy recordaba de manera especial una hermosa analogía que “Lucia” (me provoca aquí utilizar para esta persona en especial el nombre de Lucia) solía plantearse a sí misma como un recordatorio al momento de iniciar el día, cuando subía al auto. Primera acción: limpiar el parabrisas . Cierto es que Lima no es una ciudad que se caracterice por la lluvia (aquí creemos que llueve a mares cuando unas gotitas furiosas e incisivas arremeten contra nosotros mojando apenas la punta de nuestro cabello); y ella lo hacía como una forma de recordar que quería mirar desde su interior sin velos en los ojos, despejar l

Una Mirada

¿Qué pensarían si les dijera que “una mirada amable puede cambiarte el destino” ?. ¿Me creerían?, o algo se revela en su interior ante tamaña posibilidad. Una mirada con el poder de cambiar el destino. Nuestro destino, el destino de aquellos que se cruzan en nuestro camino. Pues Tim Guénard, quien sobrevivió a una infancia de abandono y maltratos, que pasó por la cárcel, camas de hospitales, y hogares adoptivos, así lo afirma y yo le creo. Le creo porque al leerlo he recordado las muchas ocasiones en que una mirada me ha transformado algo en el interior, y seguramente muchas de esas transformaciones han ido labrando mi destino. La historia (el destino) de Guénard comenzó a cambiar un día en que alguien lo miró como un ser humano, como una persona, y no como una pieza, un fastidio, un estorbo, o peor aún, cuando simplemente nadie lo miraba porque no había nadie que se preocupara por él. Y al leer esta historia comencé a preguntarme de qué manera miraba yo a las personas, y sentí una

Mi IPhone y Yo

¿Lo tengo yo, o él me tiene a mi?, he ahí el dilema… Confieso que el tema de esta entrega lo he tenido en la cabeza hace ya un buen tiempo pero seguramente la dejaba en la trastienda ya que ponerlo por escrito aquí implica retarme a asumir un compromiso de cambio y sé cuánto me cuesta. Por eso, me inclino más a la segunda alternativa, al parecer, con el dolor de mi corazón, he de reconocer que yo no tengo un IPhone, sino más bien, él me tiene a mí. Y no están nada lejanos los días en que yo misma invitaba a la reflexión a diferentes ejecutivos en sesiones de trabajo (sobre temas de inteligencia emocional principalmente) sobre lo nocivo que resultaba para las relaciones el vivir pegados a un celular, en ese caso mayormente la famosa Blackberry. Y ahora cual vaquita que no se acuerda cuando fue ternero, yo misma me descubro sacando de la cartera mi querido celular para seguramente revisar si el mundo sigue en pie incluso en la mitad de un almuerzo familiar, o en una reunión. Y me pregun