Días atrás volví a buscar un libro del cual me enamoré años atrás y hoy quisiera compartir con Uds. Se trata de La Oración de la Rana de Anthony de Mello. En el libro aparecen relatos que proceden “de diversos países, culturas y religiones. Pertenecen pues, a la herencia espiritual –y al humor popular– de la raza humana”.
Se recomienda leer una o dos historias por vez, para dejar que se queden en nuestro interior, que las podamos saborear, comprender y así, dejarnos muchas veces, transformar.
Hoy escogí este bello relato (o el relato seguramente me escogió a mi primero):
Un anciano peregrino recorría su camino hacia las montañas del Himalaya en lo más crudo del invierno. De pronto, se puso a llover.
Un posadero le preguntó: «¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí con este tiempo de perros, buen hombre?»
Y el anciano respondió alegremente: «Mi corazón llegó primero, y al resto de mí le ha sido fácil seguirle».
Y llega a mí este relato justamente después de vivir una intensa semana laboral donde pude comprobar cuán necesario es creer aquello que uno quiere lograr. Dejar que el corazón persiga un sueño, ilusionarse con ello y dejar luego al cuerpo, a la mente, al universo andar tras ello.
En ocasiones, subestimamos más bien esta fuerza. El poder de creer, de querer algo con el corazón. Una vez que el corazón llega a la meta, al sueño, una vez que se ha comprado el proyecto, que deja paso a la ilusión, nuestros sentidos, nuestra razón se embarcan más fácilmente a la tarea.
Y para mí, el corazón, la ilusión, el sueño, han de estar presentes en los diferentes espacios de nuestra vida. No son propiedad exclusiva de las relaciones amorosas, familiares, amicales. Cuando están presentes también en nuestro trabajo, en nuestras actividades de ocio, tenemos mucha mayor energía, entusiasmo, sintonía para disfrutar, para encontrar nuevas y mejores posibilidades.
Y, ¿cómo traer al corazón a aquello terrenos donde sentimos que solo estamos por obligación o necesidad?... como puede ocurrir muy comúnmente con el trabajo por ejemplo. Se me ocurre que un primer gran paso es preguntarnos: ¿para qué estoy aquí? Reubicarnos, hacerlo en primera persona, siendo protagonistas, conectar con aquello de positivo que puede tener esta experiencia o contexto. ¿Qué me permite aprender esta situación o trabajo?, ¿Qué recursos personales puedo desplegar en este entorno?
Incluso si deseo que este trabajo sea temporal, ¿qué estoy haciendo hoy para estar en otro lugar mañana, en un futuro?...
Puedo también ir en busca del baúl de los recuerdos, y jugar a rescatar algún sueño olvidado, una ilusión que quedó empolvada. En el libro en mención, en una de las historias un presidiario que llevaba muchísimos años sin recibir ninguna visita ni ver a otra persona, ve entrar en su celda una hormiga y por primera vez aprecia en toda su magnitud su verdadera belleza.
¿Qué tenemos a nuestro alrededor y no estamos apreciando?, ¿cuál es esa hormiga que damos por sentada y no nos detenemos a mirar, a conocer, a explorar, a apreciar?
Nadie mejor que uno mismo para descubrir aquello que motiva a nuestro corazón. Y una vez que lo hayamos descubierto la voluntad vendrá por añadidura.
Y para cerrar otro hermoso relato del mismo libro:
Una mujer soñó que entraba en una tienda recién inaugurada en la plaza del mercado y, para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.
“¿Qué vendes aquí?”, le preguntó.
“Todo lo que tu corazón desee”, respondió Dios.
Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la mujer se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Deseo paz de espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor”, dijo. Y luego, tras un instante de vacilación, añadió: “No sólo para mí, sino para todo el mundo”.
Dios se sonrió y dijo: “Creo que no me has comprendido, querida. Aquí no vendemos frutos. Únicamente vendemos semillas”.
¿Qué semilla quiero sembrar hoy en mi corazón par alcanzar ese fruto que anhelo?
Se recomienda leer una o dos historias por vez, para dejar que se queden en nuestro interior, que las podamos saborear, comprender y así, dejarnos muchas veces, transformar.
Hoy escogí este bello relato (o el relato seguramente me escogió a mi primero):
Un anciano peregrino recorría su camino hacia las montañas del Himalaya en lo más crudo del invierno. De pronto, se puso a llover.
Un posadero le preguntó: «¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí con este tiempo de perros, buen hombre?»
Y el anciano respondió alegremente: «Mi corazón llegó primero, y al resto de mí le ha sido fácil seguirle».
Y llega a mí este relato justamente después de vivir una intensa semana laboral donde pude comprobar cuán necesario es creer aquello que uno quiere lograr. Dejar que el corazón persiga un sueño, ilusionarse con ello y dejar luego al cuerpo, a la mente, al universo andar tras ello.
En ocasiones, subestimamos más bien esta fuerza. El poder de creer, de querer algo con el corazón. Una vez que el corazón llega a la meta, al sueño, una vez que se ha comprado el proyecto, que deja paso a la ilusión, nuestros sentidos, nuestra razón se embarcan más fácilmente a la tarea.
Y para mí, el corazón, la ilusión, el sueño, han de estar presentes en los diferentes espacios de nuestra vida. No son propiedad exclusiva de las relaciones amorosas, familiares, amicales. Cuando están presentes también en nuestro trabajo, en nuestras actividades de ocio, tenemos mucha mayor energía, entusiasmo, sintonía para disfrutar, para encontrar nuevas y mejores posibilidades.
Y, ¿cómo traer al corazón a aquello terrenos donde sentimos que solo estamos por obligación o necesidad?... como puede ocurrir muy comúnmente con el trabajo por ejemplo. Se me ocurre que un primer gran paso es preguntarnos: ¿para qué estoy aquí? Reubicarnos, hacerlo en primera persona, siendo protagonistas, conectar con aquello de positivo que puede tener esta experiencia o contexto. ¿Qué me permite aprender esta situación o trabajo?, ¿Qué recursos personales puedo desplegar en este entorno?
Incluso si deseo que este trabajo sea temporal, ¿qué estoy haciendo hoy para estar en otro lugar mañana, en un futuro?...
Puedo también ir en busca del baúl de los recuerdos, y jugar a rescatar algún sueño olvidado, una ilusión que quedó empolvada. En el libro en mención, en una de las historias un presidiario que llevaba muchísimos años sin recibir ninguna visita ni ver a otra persona, ve entrar en su celda una hormiga y por primera vez aprecia en toda su magnitud su verdadera belleza.
¿Qué tenemos a nuestro alrededor y no estamos apreciando?, ¿cuál es esa hormiga que damos por sentada y no nos detenemos a mirar, a conocer, a explorar, a apreciar?
Nadie mejor que uno mismo para descubrir aquello que motiva a nuestro corazón. Y una vez que lo hayamos descubierto la voluntad vendrá por añadidura.
Y para cerrar otro hermoso relato del mismo libro:
Una mujer soñó que entraba en una tienda recién inaugurada en la plaza del mercado y, para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.
“¿Qué vendes aquí?”, le preguntó.
“Todo lo que tu corazón desee”, respondió Dios.
Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la mujer se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Deseo paz de espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor”, dijo. Y luego, tras un instante de vacilación, añadió: “No sólo para mí, sino para todo el mundo”.
Dios se sonrió y dijo: “Creo que no me has comprendido, querida. Aquí no vendemos frutos. Únicamente vendemos semillas”.
¿Qué semilla quiero sembrar hoy en mi corazón par alcanzar ese fruto que anhelo?
Hoy me puse a leer tu blog aprovechando mi horario de refrigerio y he llegado hasta el mes de Enero obviamente excedi mi intención de dar una "ojeada" y es porque me enganche con lo que amablemente compartes. Muchas gracias Andrea por tus pensamientos, han hecho que detenga un poco el auto para reflexionar cosas realmente importantes..
ResponderEliminarUn beso enorme.